jueves, 4 de septiembre de 2008

Algo sobre literatura colombiana actual ...

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Taller para escritores Renata, Mincultura – Bilioteca Departamental Cali,
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Septiembre 4, 2008
ALGO SOBRE LITERATURA COLOMBIANA ACTUAL …
1.- La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
Marianne Ponsford
2.- Conversaciones con un amigo acerca del nuevo canon
- Betuel Bonilla Rojas –
3.- DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA
Eduardo García Aguilar
4.- Bogotá, ¿capital mundial del libro?
CONTRA LOS GERENTES DE LA LITERATURA EN COLOMBIA Eduardo García Aguilar
5.- Conversatorio sobre Poesía Colombiana. Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett y Darío Jaramillo Agudelo. En el II festival de poesía “Luna de locos”. Pereira, Agosto 27-30, 2008

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1.- La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
La subversión de los géneros ha llegado con fuerza a la literatura colombiana. La ficción quiere ser cada vez más periodística y el periodismo quiere aprender a contar a historias cada vez más literarias. ¿Qué está pasando aquí? ¿Se desdibujaron los límites?
Marianne Ponsford, Bogotá
Arcadia, no. 36, septiembre 2008 http://www.revistaarcadia.com/ediciones/36/portada.html

La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
La subversión de los géneros ha llegado con fuerza a la literatura colombiana. La ficción quiere ser cada vez más periodística y el periodismo quiere aprender a contar a historias cada vez más literarias. ¿Qué está pasando aquí? ¿Se desdibujaron los límites?
Marianne Ponsford, Bogotá
Arcadia, no. 36, septiembre 2008
http://www.revistaarcadia.com/ediciones/36/portada.html

Ayer terminé de leer una novela que narra el último día de la vida de un capo del narcotráfico llamado Pablo, jefe de un cartel de la droga de una ciudad llamada Medellín, que muere a balazos tras intentar huir de los militares que lo buscan, tendido en el tejado de un edificio. La novela se llama Happy birthday, capo, del escritor antioqueño José Libardo Porras, y acaba de ser publicada por Editorial Planeta.
Hace tres meses había leído Lara, escrita por Nahum Montt y publicada por Alfaguara, una novela que narra el último día en la vida de un hombre al que van a asesinar, llamado Rodrigo Lara Bonilla. Uno de los personajes de la novela se llama Guillermo Cano y es director de un periódico llamado El Espectador.
Llamé a Fidel Cano, actual director del periódico El Espectador y sobrino del periodista Guillermo Cano que todos conocemos (asesinado por el capo del narcotráfico Pablo Escobar) para preguntarle si había leído la novela. Me dijo que sí, y para mi sorpresa, me contó que fue Nancy, la viuda de Lara Bonilla, quien se la envió. Pero ¿qué pensó Fidel mientras la leía? Al fin y al cabo alguien a quien él no conocía —un escritor— estaba asumiendo la voz y moldeando el carácter de alguien muy íntimo y querido para él. Estaba abrogándose el derecho de reinventarlo. ¿Es eso legítimo, éticamente? Recordé la polémica que se ha dado tanto tiempo en Israel, donde se niegan a interpretar cualquier obra de Richard Wagner, por el hecho de asociarlo tan fuertemente con el Holocausto. El mismo Daniel Baremboim, director de orquesta y admirador del compositor, admitió que entiende las razones y que, si bien Wagner no tiene la culpa, por respeto hay que esperar a que los sobrevivientes del Holocausto se mueran para no herir sus sensibilidades. “Sin duda el personaje de Guillermo Cano es un gran homenaje —me contesta Fidel Cano­—. Allí está reflejada su lucha. Pero yo no sentí que ese personaje llamado Guillermo Cano fuera el Guillermo Cano que yo conocí. Había actitudes y diálogos que no podían ser de él.
El que está ahí es un personaje de ficción. Aún así, no importa: aunque la versión de Guillermo Cano que está en la novela no sea exacta, él es una figura nacional —como Lara Bonilla— y cada quien puede crear una relación con ellos, que trasciende la esfera familiar. Sin embargo, sí creo que la novela tiene unos errores fácticos grandes. Mientras la leía pensaba ‘esto no fue así’. No me refiero a la parte que se inventa, sino a hechos comprobables, que se saben. No creo que se pueda ser tan libre en la presentación de esos hechos históricos. Faltó mucha investigación”.
Entonces le escribo a Nahum Montt y le pregunto: ¿Cuál es la diferencia entre su libro Lara y un libro escrito por un periodista que cuenta los últimos días de la vida del asesinado ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla? Nahum me devuelve una respuesta simpática pero que, en el fondo, siento un poco evasiva, cargada de dulces trampas retóricas. Me dice: “Lara se puede enseñar en las facultades de periodismo como un ejemplo de lo que no se debe hacer en periodismo literario. Allí ocuparía un lugar privilegiado en el Museo de los Esfuerzos Inútiles. El docente podrá levantar el libro y decir: ‘Miren muchachos, que si no se ajuician y estudian metodología de la investigación terminarán como Nahum Montt, cuatro años perdidos para publicar esta novelita de no ficción’”.
Tanto Lara como Happy birthday, capo son novelas bien escritas, con un juicioso sentido de la forma literaria y con destreza narrativa.
Montt hurgó en archivos y mantuvo horas y horas de conversación con la viuda de Lara para escribir su libro. Porras, con una voz pausada que agrada de inmediato, me dice por teléfono algo parecido: “Creo que sin querer ser pretencioso, he leído todo lo que se ha publicado sobre Pablo Escobar. Investigué muchísimo. Pero mi libro sí es una novela. No, no es una novela de no-ficción [como la famosa A sangre fría de Truman Capote]. Es una novela, porque yo traté de recrear el alma, el mundo interior de un hombre durante las últimas ocho horas de su vida, y eso tiene que ser ficción. Lo que pasa es que tiene un entronque con el periodismo porque todos los personajes tienen un equivalente en la vida real. De hecho, yo la escribí con los nombres reales y luego los cambié —todos excepto el de Pablo— para evitar demandas. ¿Qué por qué no escribí un libro periodístico? Porque el periodismo no admite ciertos acercamientos que la ficción sí.
Tal vez esa mezcla de géneros es irresponsable, ese aprovecharse de todo para los fines que uno se ha propuesto. Y esos fines son los de acercarme al ser humano. Entrar a una categoría distinta, que trasciende el problema de verosimilitud que se le pide a la novela, y tiene que ver con la verdad. Mire, yo no creo que exista nada que haya cambiado la manera de ser de los colombianos de una manera tan radical como lo hizo el narcotráfico. Produjo una transformación total de las conciencias. Necesitamos explicarnos a nosotros mismos, y para ello el periodismo no basta. Yo quisiera que mi novela fuera leída como documento periodístico con un ojo y con el otro como novela. Y sé que estoy corriendo un riesgo, pero me divierte pensar que cuando la lean los novelistas se molesten, y cuando la lean los periodistas… ¡se molesten también!”.
Todo parece indicar que en Colombia, en esta coyuntura histórica, los límites entre periodismo y literatura (o entre ficción y no-ficción) se están borrando. “Yo no lo creo —me dice Héctor Abad—. Lo que creo es que el periodismo se está volviendo impúdico. La novela, la ficción, era necesaria para no infringir los límites de la privacidad y del pudor. Yo no puedo hablar de los líos conyugales de unas personas que conozco íntimamente, pero sí puedo usar en la ficción lo que sé de esa pareja, y presentarlo en un escenario deformado, con nombres y situaciones cambiadas. La novela era el terreno donde se debatía la intimidad, lo más hondo de los sentimientos humanos, sin violar la intimidad de las personas. Si la no-ficción viola la intimidad (y eso a mí me sigue pareciendo ilegítimo, salvo que el interesado lo permita, o el que el periodista sea el mismo biografiado) entonces la no-ficción coloniza un territorio que antes pertenecía solamente a la ficción”.
Son casi 400 las páginas de Líbranos del bien, la nueva novela de Alonso Sánchez Baute que publicará Alfaguara en septiembre. Sánchez Baute es vallenato, y creció muy cerca de Rodrigo Tovar y de Ricardo Palmera, hoy más conocidos como Simón Trinidad y Jorge 40. De hecho, los Tovar Pupo y los Sánchez Baute eran familias vecinas y muy amigas. Es evidente la exhaustiva investigación que llevó a cabo el escritor. Habló con decenas y decenas de personas, incluidos el mismo Jorge 40 en Itagüí, sus padres, y Leonor, la hermana de Simón Trinidad. La intención parece clara: pintar, a través de la minuciosa biografía familiar de estos dos hombres tan similares y antagónicos a la vez, un inmenso fresco histórico de la ciudad, de la sociedad que los parió y que quizá sea responsable de que se hubiesen convertido en asesinos brutales, amparados ambos en la esquiva persecución del orden y del bien común.
Sánchez Baute me asegura que todos los datos de la novela son rigurosamente ciertos. Sólo Josefina Palmera, una mujer centenaria en cuya voz narrativa parece confluir toda la vocinglería del elitista matriarcado cesarense, es un personaje de ficción. Y es en ella donde Sánchez Baute logra dejar ver su talento.
Pero a Sánchez Baute no parece importarle a qué genero pertenece su libro. Me dice con un guiño cómplice que no es gratuito que uno de los epígrafes del libro sea de Hunter S. Thompson, el periodista gringo que inventó el periodismo “gonzo”, ese en el cual el periodista se camufla para vivir —y poder contar— la experiencia de otro (un obrero, un polizón, una prostituta). Aun así, no entiendo qué tiene que ver el periodismo gonzo en este caso: el libro está narrado por la voz en primera persona de un periodista que se llama Loncho (el apodo del Sánchez Baute en la vida real), quien se fue de la ciudad muy joven por la intolerancia frente a su condición homosexual (exactamente igual que en la vida real). Todos los nombres corresponden a personas y hechos reales. En la novela se narran muchos de los secuestros de buena parte de la clase alta de Valledupar, incluido el secuestro y asesinato de Consuelo Araújo Noguera. Y los nombres de Pepe Castro, la Conchi, Alfonso López Michelsen, Ernesto Samper —toda la élite que ha tenido que ver con Valledupar— desfilan por las páginas de Líbranos del bien, pero como personajes aludidos, narrados por las voces que reconstruyen el pasado de la ciudad. Nada se inventa.
Hay otra coincidencia entre los tres escritores. Montt dice que comenzó su investigación sobre Lara con la intención de escribir una biografía. Porras dice que lo primero que quería hacer era un documental sobre la madre de Pablo Escobar. Y Sánchez Baute admite que la idea que dio pie a su investigación tuvo que ver con sugerencias de crónicas para la revista Don Juan y El Malpensante.
Es inevitable confundirse y llenarse de preguntas. ¿Por qué entonces estos tres libros se llaman a sí mismos novelas? ¿Es legítimo lo que están haciendo estos escritores, usar la vida y el nombre de personajes públicos colombianos, personas que son o que han sido de carne y hueso para armar sus ficciones? ¿Hay una subversión de los géneros? ¿La realidad ha superado la ficción, como reza el viejísimo cliché? ¿O acaso están estos escritores simplemente cayendo en una tentación mediática?
Todos arguyen buenas intenciones: Sánchez Baute quiere “hurgar en el origen del mal, en qué fue lo hizo que dos jóvenes de la sociedad de Valledupar se transformaran en macabros asesinos”; Nahum Montt quiere “rendir homenaje a hombres valerosos que marcaron su infancia”, y José Libardo Porras quiere “entender las razones por las que floreció el negocio del narcotráfico para así comprender quiénes somos. Pero bien sabemos que las buenas intenciones nunca han sido una gran carta de presentación en los terrenos de la literatura. (“Es con malos sentimientos que uno hace buenas novelas”, decía Aldous Huxley.) Pero nadie confiesa las intenciones reales, profundas —quizá no las sabe— así que lo que ellos arguyan no es uwwn buen elemento de juicio.
Tal vez la pregunta de fondo sería: ¿Basta con alterar algunos datos, inventar lo que ha quedado en zonas grises, cambiar los nombres o simplemente publicar en una colección de ficción para que lo escrito se convierta por arte de gracia en una novela? ¿Basta con que los novelistas crean que ya que vivimos una realidad tan abrumadora, no necesitamos inventar nada? Mejor dicho, ¿qué es lo que hace que un relato sea o no una novela? ¿Solo que una de las historias es inventada y la otra pasó de verdad?
En sus maravillosos ensayos reunidos en el libro El telón, Milan Kundera dice esto: [La novela…] “se niega a aparecer como ilustración de un período histórico, como descripción de una sociedad, como defensa de una ideología, y se pone al servicio exclusivo de lo que solo la novela puede decir”. Y a lo que solo la novela puede aludir Kundera lo bautiza como “el enigma existencial”. Más adelante, el escritor checo remata así: “Porque la Historia, con sus movimientos, sus guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, sus humillaciones nacionales, etcétera, no interesa al novelista como objeto para ser descrito, contado, explicado; el novelista no es un lacayo de los historiadores; si la Historia lo fascina es porque para él es como un foco que gira alrededor de la existencia humana y que ilumina las desconocidas e inesperadas posibilidades que, cuando la Historia está inmóvil, no se realizan, permanecen invisibles y desconocidas”.
Solo la misteriosa conjunción de lectores y el tiempo podrán juzgar si esta curiosa tendencia que comienza a verse en la literatura nacional logrará trascender el recurso del uso de la realidad como un truco literario. O si estos escritores han caído, después de cuarenta días de ayuno en un desierto, en la tentación de cambiar las piedras por panes, y acabado por cambiar los panes por piedras.
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2.- Conversaciones con un amigo acerca del nuevo canon
- Betuel Bonilla Rojas –
Puesto de Combate . No. 72. Año XXXVI. I-2008. http://www.puestodecombate.com/

--¿Es cierto --me preguntaba en días pasados un entusiasta amigo--, que a los autores y los libros del presente no vale la pena leerlos?
--¿Autores de dónde? --le inquirí.
--De Colombia, de América y del Mundo --respondió mi amigo.
Luego entró en detalles y me dijo que hace poco había escuchado, en boca de un estudiante universitario, esa sentencia difamatoria que acusaba a la literatura de Hoy (ojo con la mayúscula) de estar desprovista de genialidad, de rasgos formales y conceptuales para hacerla merecedora de una lectura, una revisión juiciosa y unos halagos. Mi amigo lo dijo con algo de desazón, quizás con la esperanza secreta de hallar en mi respuesta una posición diferente a la de aquel ingenuo (en realidad un eufemismo) estudiante.
Yo le respondí, de entrada, que me aburrían esas polémicas bizantinas en las que un muchachito en ciernes, aún ensombrecido en sus primeras contemplaciones, creía descubrir y domeñar el mundo por haber acabado de leer Odisea , o Iliada , entre soberanos bostezos. Quise aparentar serenidad pero no pude, acaso enardecido por la idea de otra discusión con uno más de esos adelantados de la estulticia que son mayoría en el mundo. Luego, ya más reposado, intenté argumentar algo.
Primero le dije que todo escritor, por más remota que haya sido su época de creación, su procedencia temporal, vivió en algún momento en el presente, y que tal vez ese presente lo miró en dicho momento con desconfianza o con desprecio. Siempre ha sucedido así. Además, agregué, muy raras veces ese presente puede testimoniar, siquiera de lejos, la grandeza de tal escritor. Toda época vive celosa de quienes intentan ser grandes en ella. Ésta, le aclaré, no es la excepción.
Mi amigo pasó saliva, reflexionó, sonrió, y supe que en su interior se reía del estudiante. Luego me pidió más con la mirada.
Entonces le dije que era muy prematuro lanzar juicios valorativos sobre la obra de la actualidad, pero que también valía la pena correr algunos riesgos, o si no, agregué, qué otro sentido podía tener el uso de la inteligencia de quienes nos asumimos como lectores. Le dije que lamentablemente el listado de libros y de autores a leer provenía en buena medida de las facultades de literatura, que ese listado se replicaba en todos los niveles de escolaridad gracias a los maestros que lo repetían sin analizarlo y sin someterlo a una actualización rigurosa, y que el lugar ideal de los profesores universitarios era el de la comodidad, sobre todo el de la comodidad de una inteligencia que se pone siempre a favor de los ya consagrados. Luego, ya tranquilo, me solté con mayor profundidad.
Es común ver hoy en día cómo los profesores, especialmente los que en la universidad dirigen los cursos de literatura, vuelven una y otra vez sobre algunos nombres ilustres de las letras, nombres que repiten como una letanía curso tras curso, sin alterar siquiera los títulos de los libros de un mismo autor, como si cada autor fuera el creador de un solo libro. Eso les sacia su pereza mental y les confiere un mínimo de autoridad, pues es el único libro cuya referencia manejan. La actualización de estos tipejos reside, cuando mucho, en esperar a que cada fin de año la Academia proclame al último Premio Nobel para ir a la caza de este autor y exhibirlo como un trofeo ante sus asombrados estudiantes. A la semana siguiente, o a las dos semanas, los libros de este autor se han agotado cuando en días atrás no se vendía ni un solo ejemplar y las librerías lo sacaban de los lugares importantes en los estantes 2 . ¿Qué diferencia hay en esta práctica con la de comprar la colombina de moda, o los calzoncillos con olor a fresa, o el preservativo con olores que promueven los comerciales? ¿Acaso hay menos sometimiento consumista en comprarle ingenuamente a una multinacional de la industria editorial que a una marca de cremas dentales que exhibe las virtudes de una nueva sustancia en la lucha contra el sarro?
Resulta que el legendario Premio no es, ni de cerca, el más justo rasero para medir la calidad literaria 3 . El canon no siempre se corresponde con el Nobel. Hay autores premiados dignos del más sonoro y legal olvido. Otros, por el contrario —y la lista es muy larga— son infinita, pero infinitamente superiores, a muchos de los galardonados. Yo prefiero a Onetti sobre Echegaray, o a Joyce sobre el estentóreo Churchill, o a Kafka sobre Benavente, o a Rulfo sobre Mistral, o a Cortázar sobre Agnon, o a Vargas Llosa (Wilde escribía que el hecho de que un hombre sea un envenenador no dice nada en contra de su prosa) sobre Elfriede Jelinek, o a Philip Roth o Cormac McCarthy sobre Pamuk (sí, el Pamuk que hace pocos días todos entronizaban, veneraban y convertían en conversación obligada de pasillo). El codiciado Premio tiene tanto de político y estratégico como Miss Universo. No tiene nada de gracia, ni de importante, ni de honradamente intelectual, leer al premiado con premura, y casi por asalto, y soslayar a todos los otros nombres que orbitan o pueblan el vasto cosmos literario.
Hoy en día estos juiciosos y aguerridos profesores universitarios, los mismos que tienen horas para la investigación y cubículos blindados, y que viajan al exterior a doctorarse, escriben copiosos ensayos para probar la grandeza de Saramago. Valiente chiste. Ejercicio inane del audaz Perogrullo. Abundan conferencias y paneles en los que el autor de Ensayo sobre la ceguera es manoseado hasta la saciedad, con clisés y lugares comunes dignos de un logro pendiente de la básica primaria. Y esto es, dicen los eminentes profesores, estar al día con la inteligencia, con el rigor de la investigación erudita. Ni uno solo de ellos, estoy seguro, daba un peso por Saramago antes del Nobel. Ni uno solo, es lo más probable, sabía siquiera que Todos los nombres existía. Creo, sin duda alguna, que los peores lectores dan clases de literatura en muchas universidades.
Entonces, iba entendiendo mi amigo, el presente sólo es presente cuando un tercero lo indica, cuando el pasado se ha tornado ya en un terreno resbaladizo merced al empuje del liviano presente. El canon no siempre matriculó de inmediato a sus consentidos. Hace poco leí, no sé dónde, que los autores hoy imprescindibles dentro del canon no fueron los más leídos en su momento, y que algunos fueron tildados de insignes perdedores. Flaubert mereció la misma atención con su Educación sentimental y La tentación de San Antonio que una nube fugaz; y Proust recibió con desaliento los dicterios proferidos contra Los placeres y los días , el simple ejercicio de un aprendiz que luego maduraría en los inolvidables siete tomos de En busca del tiempo perdido ; también Góngora, el imprescindible poeta del barroco español, debió resguardarse por largo tiempo en las catacumbas hasta que la lucidez de Dámaso Alonso lo desempolvó para los lectores de otros siglos. Le cité a mi amigo algunos casos más y éste se conmovió con el destino aciago de quienes ahora eran considerados poco menos que genios y saboreaban las mieles de una felicidad tardía.
Mi amigo pareció entonces satisfecho y supe que en algo había disipado sus dudas. Quedaba entonces aventurar algunos nombres, un par de libros que me dieran la razón y que testimoniaran la existencia de escritores de valía en el incierto presente.
—Lo pertinente es empezar por lo nuestro ­—dije a mi amigo—. Yo creo que José Eustasio Rivera, García Márquez, Mejía Vallejo, Zapata Olivella, Germán Espinosa, Fernando Cruz Kronfly, R. H. Moreno Durán, Pedro Gómez Valderrama, Luis Fayad y Óscar Collazos son tanto de antes como de ahora, y su visita es urgente. Esto, para cualquiera con una relativa cultura literaria, es más o menos obvio. No se requiere de una maestría, un doctorado o un artículo en revista indexada para saberlo. Pero como prometí adentrarme en el terreno de los riesgos ­—que es el verdadero terreno de la inteligencia­—, empiezo por decir que Antonio Úngar es quizás la voz más potente de los escritores de las nuevas generaciones, al menos el de Las orejas del lobo y algunos cuentos, no tanto el de Zanahorias voladoras , un libro irregular, con pasajes bastante desafortunados y que revelan a un novelista que no alcanza el dominio de la técnica novelesca, o el de los cuentos que aparecen en Calibre 39 4 y Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano 5 . Quizás lo ayuda mucho su formación, lejos de las camarillas que devoran todo a su paso. También está su tocayo, Antonio García Ángel, un rapsódico chandleriano, bonachón, que debutó muy bien con Su casa es mi casa —novela de intrigas y de retos—, y decayó con Recursos humanos , una novela de aliento y estructura vargasllosianos, menos vigorosa pero más necesaria para el formato cinematográfico de actualidad. Sus cuentos, así estén recogidos en libros que se fingen antológicos, son en verdad lamentables, carentes en absoluto de las mínimas exigencias del género, de la tensión y la atmósfera que torna a ciertos cuentos atemporales. Recientemente apareció un cuento suyo llamado “Bobby” (incluido en la antología latinoamericana citada) que contradice el tono y la forma de sus primeros cuentos. En este último aparece un narrador maduro, con una gran historia muy bien ejecutada.
Miré a mi amigo y éste seguía la conversación muy atento. Le dije que omitiría algunos títulos y algunos autores, bien por tiempo o por desconocimiento, pero que le prometía, en futuras sesiones, ir completando el panorama.
Luego pasé a indicarle que a la cabeza de este grupo iba Roberto Rubiano Vargas, un cincuentón cosmopolita, señalador de caminos literarios, para usar una metáfora de Valéry Larbaud, el escritor francés. De Roberto brillan con luz propia su Alquimia de la escritura —el ABC condensado del oficio—, y un libro de cuentos redondo, urbano, también de estirpe chandleriana, Necesitaba una historia de amor y otros cuentos bogotanos . El cuento homónimo es fantástico. Existen por ahí algunos textos breves de él, impecables, con el gusto que da la historia sencilla contada de manera esencial. Roberto comete el error, el histórico e inadmisible error, de confundir antología con agrupación de amigos, y de creer que una antología es producto más del texto inmediato, del libro a mano, que de una pesquisa acuciosa y esmerada de obras relevantes, cualquiera sea el lugar que las albergue. Sigue el camino fácil de Luz Mary Giraldo. Del joven Andrés Burgos poco o nada merece un recuerdo, un lugar en el podio del canon. Lo constaté con la lectura del cuento compilado por Roberto. Su resonancia es puro escándalo, auto-mercadeo, presencia mediática a ultranza. Su presencia es entonces perfectamente soslayable. Lo mismo se puede decir de la Piedad Bonnett narradora, la de una novelita desaliñada llamada Después de todo , una obra que tiene el sabor agridulce de la prosa impecable pero insustancial, del oficio ausente de materia que incorporar. De Margarita Posada, de la locuaz y visible Margarita y su De esta agua no beberé , le dije que literariamente desconfiaba tanto como de un billete de cincuenta mil en manos de un inquilino próximo a cambiarse de morada.
Me detuve y vi que la perplejidad de mi amigo pasaba por el terreno de la desconfianza, del sonrojo. Le advertí, para variar de perspectiva y posar de más amable, que también estaba Juan Gabriel Vásquez, que su novela Los informantes era una obra valiosa, digna de una lectura atenta y detallada. Sus cuentos tienen oficio, tienen además el aliño de la prosa bien condimentada. También le agregué que los libros de Enrique Serrano tenían el sabor rancio de las historias reencauchadas, que confundía la erudición con la revisión al dedillo, enciclopédica, de la historia. Eso sí, le dejé claro, que “El día de la partida” era un cuento memorable, con premio o sin él, pero que eso no salvaba per se sus otros libros. Todo Héctor Abad Faciolince merecía el favor de la lectura continua —aun sus textos de no ficción—, y en especial El olvido que seremos , una novela que el gallego Manuel Rivas tildó de magistral (y eso puesto en boca del autor de “La lengua de las mariposas” es todo un elogio). Jorge Franco entretiene y parece sincero, pero la sinceridad no siempre es una virtud literaria. Melodrama es menos virtuosa que Rosario Tijeras , y ésta, con todo y bombo, con todo y adaptación, es menos que muchas de las novelas olvidadas de Luis Fayad, Fernando Cruz Kronfly, Darío Ruiz Gómez, Evelio Rosero —el indispensable Evelio— o Carlos Perozzo.
Luego le dije a mi amigo que la tarea era por demás dispendiosa y que prefería pasar a libros producidos en otros países, pero que el resto de la revisión cercana, nacional, quedaba aún pendiente, pero que le podía adelantar algunos nombres para que él por su cuenta fuera leyendo y evaluando mientras volvíamos a conversar: Juan Álvarez (un epígono inteligente y socarrón de Salinger), Tomás González, Efraim Medina (el de los títulos rocambolescos), Pilar Quintana, Juan Carlos Garay, Nahum Montt, Cristian Valencia, Carolina Sanín, Santiago Gamboa, Andrés García Londoño, Mauricio Becerra, Luis Noriega, Mauricio Bernal, John Jairo Junieles (insípido pese a su inclusión dentro de los “ 39” ), Fernando Toledo, Ricardo Silva, Ángela Becerra, Juan Esteban Mejía, Pablo Montoya, José Luis Garcés, Pedro Badrán y otros más. Eso sí, le insistí, sería bueno indagar un poco más allá, pues parece inverosímil creer en la no existencia de narradores periféricos, ocultos, acaso más vigorosos que los que siempre figuran por su obediencia a los gustos de las editoriales.
— ¿Y los de América están incluidos en los del Mundo? —preguntó mi amigo.
Yo le respondí que no, que tenían un lugar aparte pero que también esa era una tarea ambiciosa, de largo aliento. Mientras tanto podría ir leyendo a los peruanos Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón y Alonso Cueto; al dominicano Junot Díaz (así escriba originariamente en inglés y parezca un norteamericano chambón en cada acto); a los argentinos Luisa Valenzuela, Marcelo Birmájer, Mempo Giardinelli, Ricardo Piglia, Inés Fernández Moreno, Laura Massolo, Gonzalo Garcés, Juan José Saer, Pablo de Santis, y en especial a Ariel Magnus ( Un chino en bicicleta ), ése que ganó por partida doble el premio “La otra orilla”, de Norma, y pocos días después el premio de novela breve “Juan de Castellanos”, ambos en Colombia; a los chilenos Jorge Edwars, Roberto Ampuero, Marcela Serrano, Álvaro Bisama, Alberto Fuguet y el ya desaparecido pero cada vez más vigente Roberto Bolaño ( Los detectives salvajes ); al ecuatoriano Raúl Pérez Torres; a los mexicanos Guillermo Arriaga, Guadalupe Nettel, Álvaro Enrigue ( La muerte de un instalador ), Ángeles Mastretta, Sergio Pitol, Juan Villoro y Jorge Volpi; a los brasileros Gabriela Alemán, Paulo Cuenca y Adriana Lisboa; a los uruguayos Claudia Amengual —quizás la más exquisita de todos—, y Pablo Casacuberta; a los cubanos Senel Paz, Amir Valle ( Las puertas de la noche ), Pedro Juan Gutiérrez, Wendy Guerra y Ronaldo Menéndez; al venezolano Alfredo Barrera Tyszka, premio Herralde de novela con La enfermedad ; al puertorriqueño Luis López Nieves ( El corazón de Voltaire ).
Hay muchos más, pero por ahora con esos bastaba. Alguno de ellos, con seguridad, daría a Harold Bloom de qué hablar.
— ¿Pasamos al mundo? —sugirió mi amigo.
—Sea, vamos al mundo —respondí.
Estaba dispuesto a hablarle a mi amigo de ese nuevo canon del ancho y dispar mundo. Pero la tarea era demasiado extensa, demasiado denodada, casi para un libro con el carácter de ensayo, para muchos años de estudio y franca dedicación; pero además estaban las limitantes de muchas literaturas que no nos llegan, bien por las traducciones o bien por la distancia. Sumado a esto aparece la permanente renovación, pues en el mismo momento en que leemos un libro, muchos, cientos, quizás miles de otros libros de otros autores, irrumpen en el mercado, y es nuestra obligación, como profesores honradamente intelectuales, conocer el mayor número posible de ellos, no desconocerlos por sospecha, sin haberlos leído, pues más adelante el mundo nos castigará nuestra pereza mental y nuestra particular insensatez.
Pero se podrían aventurar algunos nombres, algunos ya consagrados. Varios de ellos ya están muertos y no se les ha hecho la justicia literaria que merecen De todas maneras esta sería una buena provocación para la ingenuidad de nuestro simpático y desinformado estudiante.
Pienso en Julian Barnes, Hanif Kureichi, Ian McEwan o Martin Amis, para Inglaterra; en Lian Banks ( La fábrica de avispas ) y Alan Spence ( La tierra pura ), para Escocia; en J.D. Salinger ( El guardián entre el centeno ), Raymond Carver, John Cheever, Tom Reiss ( El orientalista ), Sam Savage, Jeffrey Eugenides ( Middlesex ), Philip Roth, John Kennedy Toole ( La conjura de los necios ), Cormac McCarthy, Paul Auster, Brady Udall 6 , John Fante (fundador del llamado “realismo sucio”) o Thomas Pynchon ( La subasta del lote 49 ), para los Estados Unidos; en la norteamericana de origen chino Lisa See ( El abanico de seda ); en Frank McCourt, para Irlanda; en la ucraniana ya desaparecida Iréne Némirovsky ( Suite francesa ); en Eduardo Lago ( Llámame Brooklyn ), Bernardo Atxaga, Juan José Millás, Vicente Molina Foix ( El abrecartas ), Ignacio Ferrando Pérez, Manuel Rivas ( Los libros arden mal ), Arturo Pérez Reverte, Clara Sánchez, Juan Manuel de Prada, Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas, Manuel Vásquez Montalbán, Javier Marías, Jaime Manrique, Belén Gopegui, Francisco Ayala o Juan Marsé, para España; en Alexandro Baricco ( Seda ), Claudio Magris ( A ciegas ), Pablo Simonetti, Antonio Tabucchi ( Sostiene Pereira ) y Primo Levi ( La trilogía de Auschwitz ), para Italia; en Amos Oz, para Israel; en Patrick Chamoiseau ( Texaco ) y Michel Houllebecq ( Las partículas elementales ), para Francia; en el caso extraño del húngaro Sándor Márai ( El último encuentro ), o en el del checo Bohumil Hrabal ( Trenes rigurosamente vigilados ); en Cees Noteeboom ( Hotel nómada ) y Harry Mulisch ( Sigfrido ), para Holanda; en las hindúes Arundhati Roy ( El dios de las pequeñas cosas ) y Anita Fair ( El vagón de las mujeres ); en el árabe recientemente fallecido Abderrahmán Munif ( Ciudades de sal ); en el japonés occidentalizado que es Haruki Murakami ( Tokio blues y Kafka en la otra orilla ). Por ahora ésos, como tarea. Ya vendrán muchos más, y la deuda intelectual seguirá creciendo. Entonces volveremos a hablar, mi amigo.
1. Para el concepto de canon recomiendo en especial tres libros: El canon occidental , de Harold Bloom. Traducción de Damián Alou. Editorial Anagrama. Cuarta edición. Barcelona. 2005. 587 Págs.; el segundo es Cómo leer y por qué. De Harold Bloom. Traducción de Marcelo Cohen. Editorial Anagrama. Segunda edición. Barcelona. 2003. 316 Págs.; y el tercero es Teoría literaria y literatura comparada, de Jordi Llovet y otros autores. Editorial Ariel. Barcelona. 2005. 463 Págs. En este ultimo libro leemos: “ Canon es el archivo de documentos literarios —la mayoría de tradición escrita, claro está—, que suponemos solventes, ejemplares, modélicos y con un mínimo grado de valor estético (…) Es la suma de todas las producciones literarias que la tradición, o simplemente el tiempo, ha subrayado a lo largo de los siglos, ha seleccionado o ha preferido por encima de otras producciones ” (Pág. 88). A partir de este concepto, como realidad, como pregunta y como necesidad, surge este ensayo.
2. Para el caso de la última autora consagrada con el Nobel, Doris Lessing, baste citar una anécdota sucedida en la librería Panamericana de Neiva. En los días anteriores a la adjudicación del premio, el libro La buena terrorista , de dicha autora, estaba en venta en ese almacén, a un precio cómodo de cuatro mil pesos. Había doce ejemplares y mes a mes ese mismo número seguía en vitrina sin registrar venta alguna. El día en que el premio fue otorgado, el libro pasó misteriosamente —la misma edición— a tener un precio de treinta mil pesos. Otro misterio, aún mayor, fue que en ese día se vendieron —más costosos—, los libros que reposaban sin recibir antes siquiera una hojeada.
3. Recomiendo al respecto la intervención de Fernando del Paso en la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara, o, días después, una entrevista hecha a la escritora Pilar Reyes sobre el mismo tópico, ambas, reproducidas en la página Web www.escribirte.com.ar.
4. Compilación y notas de Roberto Rubiano Vargas. Editorial Villegas. Bogotá. 2007. 250 Págs.
5. Compilación y notas de Guido Tamayo. Ediciones B. Bogotá. 2007. 413 Págs. (Estos dos libros constituyen el intento más reciente de consolidar un canon, hecho a partir de ciertas definiciones puramente temporales. En realidad el segundo es mucho más riguroso y la solidez de los textos allí incluidos así lo indica).
6. Brady Udall aparece, junto a otros veinticuatro escritores, en una excelente antología del cuento joven norteamericano, llamada Habrá una vez, hecha y traducida por Juan Fernando Merino y publicada en Alfaguara en el 2001. Esta antología recoge voces, en su mayoría jóvenes, formados en la modalidad de talleres de creación, tan populares en los Estados Unidos.
BETUEL BONILLA ROJAS. Nació en Neiva-Huila en 1969. Escritor y profesor universitario. Licenciado en Lingüística y Literatura y Especialista en Docencia Universitaria. Tercer puesto en el Concurso Departamental de Cuento “Humberto Tafur Charry”, versión 1999, y Primer Puesto en el mismo concurso versiones 2000 y 2004. Tercer finalista del Concurso Para los Trabajadores de Medellín versión 2000. Finalista del XXX Concurso de Cuentos “Hucha de Oro”, Madrid-España, versión 2001, y de la XXXIII versión del mismo concurso, 2005. Finalista del Primer Concurso Internacional de Minicuentos “El Dinosaurio”, La Habana , Cuba, 2006. Autor de los libros de cuentos Pasajeros de la memoria , 2001 y La ciudad en runas (2006). Incluido en las antologías El traje y otros cuentos - XXX Concurso de cuentos “Hucha de oro”, Ediciones Nostrum, Madrid-España, 2002; en Yardbird y otros cuentos - XXXIII Concurso de Cuentos “Hucha de oro”, Ediciones Nostrum, Madrid-España, 2006; en la Antología de Ganadores de los Concursos Departamentales de Cuento y Poesía, 2001; en Memoria Secreta de la Infancia , 2004 . Compilador de los libros: Matamundo, una muestra de literatura huilense contemporánea (Ediciones del Centenario, 2005); Parvulario: Textos de dieciocho maestros sobre la infancia (Trilce-Altazor, 2005), Memorias del Primer Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” (Altazor, 2006) y La tarde está como para contar cuentos: Antología de minicuento huilense (Fondo de Autores Huilenses, 2007). Incluido además en los números 7, 9, 10 y 16 de la revista de literatura Alhucema (Granada-España). Director del Taller Literario RENATA para el Huila. En la actualidad es columnista de la edición dominical del diario La Nación , de Neiva.
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3.- DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA
Eduardo Garcia Aguilar
Eduardo Garcia Aguilar: DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA ...
http://egarciaguilar.blogspot.com/2007/10/diatriba-contra-la-poesia-colombiana.html
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http://www.alforjapoesia.com/virtual/gaceta_more.php?id=A508_0_7_0_M
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4.- Bogota, ¿capital mundial del libro?
CONTRA LOS GERENTES DE LA LITERATURA EN COLOMBIA
http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/09/contra-los-gerentes-de-la-literatura-en.html Por Eduardo García Aguilar
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5.- Conversatorio sobre Poesía Colombiana. Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett y Darío Jaramillo Agudelo. En el II festival de poesía “Luna de locos”. Pereira, Agosto 27-30, 2008
Ver enlace (link) en: II FESTIVAL DE POESÍA de PEREIRA. Memorias NTC ... (Click)http://ntc-eventos.blogspot.com/2008/08/ii-festival-de-poesa-de-pereira.html Click o copiar)