lunes, 15 de septiembre de 2008

"Paisaje con figuras". Antonio Caballero.

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Actualización, SEPTIEMBRE 10 de 2021

La obra se publica en NTC ... versión digital-virtual, en 4 nubes. LIBRO COMPLETO  

Tercera Edición, mayo 1999


"Paisaje con figuras"

Antonio Caballero

Tercera Edición, mayo 1999

Primera: enero 1997. Páginas 228

Revista El Malpensante

Ilustración cubierta

Anna Selbdritta (1510)

Leonardo Da Vinci

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Esta obra se publica en versión digital-virtual , en 4 nubes, exclusivamente

con carácter cultural y pedagógico y sin ánimo de lucro económico alguno.

NTC … agradece al Maestro y escritor Julio César Londoño

 (  https://www.facebook.com/juliocesar.londono.5 )

 por  los  aportes y la difusión* de la obra de Antonio Caballero (1945 - Septiembre 10, 2021).  

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Información sobre la obra y el autor

VER MÁS ADELANTE

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NTC ... Versión digital-virtual 

en 4 nubes

LIBRO COMPLETO

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 https://drive.google.com/file/d/1ReQiIn76yxGiadafWjjUzwno1OqAc4QX/view

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https://es.calameo.com/read/000948328b7bcd9860ef8

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https://issuu.com/ntcgra/docs/caballero_antonio_paisaje_con_figuras_completo_car

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https://es.scribd.com/document/525649705/Paisaje-Con-Figuras-Antonio-Caballero-3a-Edicion-1999

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Actualización, Dic. 5, 2009.
En el No. 103 (Nov. 2009) de la revista EL MALPENSANTE,
la nueva edición (3a.) del libro
-. << “Paisaje con figuras”, uno de los mejores libros de arte y crítica literaria
escritos en el siglo XX.>>
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Antonio Caballero, el alacrán alado. Por Julio César Londoño.
Ver al final
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"Paisaje con figuras"
Crónicas de arte y literatura
Antonio Caballero
Editorial El malpensante, 1997
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Carátula del libro
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El autor y el personaje de sus caricaturas
. Primera edición: enero de 1997 Cubierta: Fragmento de La caída de los ángeles rebeldes (1562) de Pieter Bruegel Diseño: Hugo Ávila Leal / Mano Jursich Durán @ Antonio Caballero, 1997 . @ Revista El Malpensante, 1997 ISBN 958-96099-0-2 . Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S.A. Impreso en Colombia / Printed in Colombia .
Contracarátula del libro.
El texto que aquí aparece es un extracto de la "Notícula preliminar"
que se publica completa más adelante. En negrilla lo extractado.
(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí) .
La caída de los ángeles rebeldes (1562) de Pieter Bruegel
(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí).
Fuente: http://images.google.com.co/images?ndsp=20&um=1&hl=es&rlz=1G1GGLQ_ESCO257&q=Pieter+Bruegel&start=0&sa=N Imagenes Google, pinturas y otras de Bruegel. Algo más sobre el artista:
. CONTENIDO (* lo con asterisco, que corresponde a textos introductorios, se publica más adelante. Escaneó: NTC … / gra)
. EL AZAR Y LA NECESIDAD* 7 (Notícula preliminar) .
CRÓNICAS DE ARTE Búsquedas y hallazgos* 11 El retorno de los dioses (1981) 15 Las huellas de Leonardo (1982) 21 Rafael o la perfección (1984) 28 Cuarto y mitad (1988) 32 Florencia, capital del mundo (1980) 36 La ciudad triunfal (1984) – Venecia - 43 La infancia maltratada (1984) 48 El greco de Toledo (1982) 51 El banquete de los Bruegel (1980) 58 El triunfo del barroco –Barroco- 62 Los milagros de Murillo (1982) 69 Murillo: una postdata (1981) 75 El Goya de todos (1996) 77 Goyas para todos (1983) 80 La última voluntad de Goya (1982) 83 La mirada del inglés (1983) 88 Paisaje con figuras (1984) -Turner- 91 Géricault, caído del caballo (1991) 94 La pintura de Monsieur Manet (1983) 97 El pintor de lo concreto (1984) –Cezanne- 100 Monet, que inventó la luz (1983) 103 Lo que Bonnard sabía (1983) 106 Invitación a la libertada - Matisse- 109 Los clasicismos de Picasso (1992) 113 Un español profesional (1981) -Picasso- 117 El niño prodigio (1983) –Miró- 120 El hombre que quiso ser Dalí (1983) 123 Las palabras del escultor (1981) -Henry Moore- 128 Magia negra (1982) –Wifredo Lam- 135 El viento detenido (1981) – Paul Klee- 140 Pop pop pop pop pop (1983) -Andy Warhol- 143 La risa del horror (1991) – Francis Bacon- 149 . CRÓNICAS DE LITERATURA La literatura como tal * 155 Jean-Paul Sartre: El ojo de la conciencia (1980) 158 La obsesión de sí mismo (1980) -Miller- 162 La ambigua gloria de Pemán (1981) 165 El estrangulador filósofo (1980) -Althusser- 169 La coronación de un Papa (1991) –André Breton- 173 Pedo, culo, caca, pis (1994) –Cela- 177 En el cielo de la rayuela (1984) – Cortazar - 181 Un joven poeta (1994) -Onetti- 185 El Nobel cayó en Macondo (1982) –Gabo- 188 El síndrome de Víctor Hugo (1988) –Vargas Llosa- 192 .
ENTREVISTAS La vanidad* 199 'Borges: "Soy tímido, haragán e irresponsable" (1984) 200 La tiranía de la forma (1981) – Czeslaw Milosz- 205 El ruido de las palabras (1982) –Anthony Burgess- 211 La risa, la memoria y Kafka –Kundera- 215 El adjetivo como desahogo (1994) –Gabo- 219 ----
EL AZAR Y LA NECESIDAD
(Notícula preliminar) Un biólogo, Jacques Monod, explicaba hace treinta años en un libro polémico que el origen y la evolución de la vida fueron dictados por "el azar y la necesidad". Según él, del choque aleatorio y ciego entre moléculas inertes de materia acabaron por surgir, gracias a un encadenamiento de improbables pero irreversibles azares y de férreas necesidades, las primeras bacterias, los organismos vegetales, los sapos, los tigres de Bengala, los seres humanos: esos ')uncos pensantes" de que hablaba Pascal. Juncos capaces, entre otras cosas, de elucubrar teo­rías sobre el azar y la necesidad. No sé si ésta de Monod dé cuenta suficiente de toda la complejidad de lo viviente. Pero ayuda a entender (aunque no haya sido ése su objeto) el desarrollo errático de la cultura: la huella material y espiritual que dejan los hombres de su paso por la tierra. Gracias a las casualidades de la imaginación, a las obligaciones de la necesidad, hemos pasado en treinta o cuarenta mil años del hacha tallada en sílice a los circuitos integrados en silicio, de la pintura ritual al arte conceptual, del signo a la discusión sobre el significante y el significado. Y, más todavía, la tesis de Monod ayuda a describir la producción, en apariencia caótica y sin sentido, de un periodista que ocasionalmente se ocupó de temas llamados culturales en una revista de información general, Cambio 16, publicada en España entre los años 70 y 90 de este siglo. Se trata de una producción forzada por el azar de la actualidad, por la necesidad del cierre de la edición. Eso explica -o disculpa- por qué en las notas que se publican a continuación al tratar de pintura no se habla de Rembrandt, digamos, pero sí de Claudio de Lorena, de Marcel Duchamp sólo de pasada, pero largamente de Andy Warhol; o, al tratar de literatura, por qué figura Mario Vargas Llosa, pero Hornero no; o por qué, al tratar de pensamiento, en vez de Wittgenstein (o de Spinoza) el que sale es Louis Althusser. Eso explica -o disculpa: pero es que en realidad toda la cháchara sobre la aparición y desarrollo de la vida, desde la del Génesis hasta la de Darwin, la de Monod y la de este prólogo, más que explicación es disculpa- por qué las notas de temas culturales que se publican a continuación no son serias. Un periodista "cultural" no es serio. Una revis­ta de información general no es seria. La actualidad no es casi nunca seria. Todo eso, sumado, no puede dar como resultado nada serio. Si los azares y las necesidades que han inspirado la recopilación de textos de este volumen hubieran gobernado la evolución de las especies, habría codornices y quizá elefantas, pero no hubieran nacido nunca Nefertiti ni Ava Gardnerj y si hubieran regido los vaivenes de la cultura, tal.vez existiera el póker, pero no la filosofía. (O al revés: ni siquiera la necesi­dad es dueña del azar). En las páginas que vienen no hay más que lo que en el momento de escribirlas pasaba por ahí. Antonio Caballero. Septiembre de 1996 +++ BÚSQUEDAS y HALLAZGOS Si no hay en las páginas que vienen ni una línea sobre las pinturas de la cueva de AltaDÚra o sobre la escultura de Zadkine (para ir de la A a la Z, y de la prehistoria al post-futurismo), es, como ya se explicó en la notícula previa, por puro azar. Pero es posible que al lector le parezca que también el mero azar dirige las opiniones, como eligió los temas. Que le parezca que, además de una compilación desordenada de artículos de prensa, lo que hay aquí es un apilamiento informe de contradicciones, de incoherencias y de arbitrariedades. A un crítico profesional de arte este amontonamiento caótico de juicios caprichosos le puede resultar intelectualmente repulsivo; a un lector desprevenido, desorientador; y a los dos, inútil. Puede ser. Y sin embargo los textos que siguen a continuación tienen un hilo conductor. O dos: una posición frente a las obras de arte, y una posición frente a la crítica de arte. . Una anécdota de Picasso -trivial, como todas las anécdotas; y quizás apócrifa, como casi todas; y; sin duda, sacada de contexto- puede servir para ilustrar este argumento. "Yo no busco: encuentro", dicen que decía Picasso. Este libro no es un Picasso: pero también aquí hay más hallazgos que búsquedas, y más resultados que esfuerzos. Tal vez se trate de hallazgos fallidos (si es que puede ser fallido un hallazgo), en el mismo sentido en que Picasso (otra anécdota) decía: "Yo también hago falsos Picassos". Pero es al lector a quien corresponde eliminados, ( si sobran, del mismo modo que es el espectador de la obra de Picasso, y no Picasso, quien debe prescindir de los falsos Picassos. Las dos posiciones mencionadas -frente a la tarea del artista, y frente a la tarea del crítico- se pueden resumir en dos frases: en una obra siempre hay más que lo que cabe en ella; y en la crítica de la obra cabe todo, aunque no esté en la obra (en la cual, sin embargo, cabe todo, y más). Decía Valéry (Nota: no esperará el lector que le diga en esta nota en dónde decía eso Valéry: si lo espera, es porque no ha entendido nada de lo anterior), decía Valéry, más o menos, que el arte nos hace ver lo que no habíamos visto. Y eso es verdad, a veces. El artista inventa cosas que antes no existían: antes de que las viera su ojo, las desemboscara su inteligencia, las percibiera su sensibilidad, las plasmara su mano, o su verbo. Antes de que las creara, o las descubriera. Pero también es cierto que el arte nos distrae de lo que vemos (y no sólo en la medida en que nos muestra otra cosa, sino también porque nos arroja a lo desconocido). Nos distrae de la naturaleza (que copia o que no copia, y porque la copia o porque no la copia), y nos distrae además de la obra misma que contemplamos, que estudiamos, o que simplemente miramos al pasar. Y nos señala otras cosas distintas. La observación de Valéry (que es, de paso, una invención artística) hay que complementarIa, o matizada, con un proverbio chino: "Cuando el dedo señala la luna, el imbécil mira el dedo". Aunque nunca faltará otro imbécil que mire la luna. Mi opinión personal es que hay que mirar el dedo y hay que mirar la luna. Porque en una obra hay siempre más que lo que cabe en ella misma: la luna está en el dedo que la señala. Decía Unamuno (Nota: en Vida de don Quijote y Sancho), decía Unamuno, más o menos, que en El Quijote hay más cosas que en Cervantes, y más que en toda la España del siglo XVI. Eso es verdad también de otras obras de arte. Lo es, digamos, de Las Meninas de Velázquez. Pero también, digamos, de un cuadrito tan poco pretencioso, en dimensión y en ambición, como la famosísima Impresión de Monet que muestra un sol poniente (o levante: tampoco eso está claro) sobre un río que tal vez es el T ámesis a su paso por Londres pero que también podría ser el Sena a su paso por Argenteuil. De ese cuadrito brota toda esa heteróclita escuela de pintura llamada "impresionismo", que reúne a tantos artistas sin relación entre sí. ¿Estaba el impresionismo en el cuadrito? A lo mejor no. Probablemente no. Pero cabía en él. Y en él podemos buscarlo si queremos encontrado. "El que busca encuentra", dice un refrán. Y, con mayor solemnidad, decía Cristo: "El que me busca es porque ya me ha encontrado". Pero también es cierto lo contrario. Así como en una obra de arte puede haber más que lo que puso el artista, también puede haber menos. Así, digamos, en esas mismas Meninas en las que cabe toda España no hubo, durante dos o tres siglos, casi nada. Se pensaba que Velázquez, considerado hoy el más grande pintor de Occidente, era un simple y oscuro epígono de la llamada "escuela napolitana". Velázquez no estaba en Velázquez, como la Roma que buscaba el peregrino de Quevedo (o de Du Bellay) "no estaba en Roma". Había en Las Meninas mucho menos que lo que hay en Las Meninas: era sólo un vasto lienzo polvo­riento en un desván de los palacios reales de Madrid, que no visitaba nadie. Había menos, por olvido. Pero también puede haber menos en una obra sencillamente porque lo que se busca en ella es menos que lo que puso el artista: así, el gran Caballo de Leonardo para la estatua de Sforza fue usado como blanco para ejercicios de tiro de los cañones franceses. Y fue un buen blanco mientras duró, pero Leonardo había puesto en él muchas más cosas, que no supieron ver los artilleros. Y si la ignorancia juega esas malas pasadas, también las juega la pretensión erudita: encontramos arte en donde no lo hay, como a veces no lo vemos en donde no había otra cosa. Así, hoy llamamos "arte" del Egipto antiguo a lo que para los antiguos egipcios era una manifestación de índole religiosa, destinada a ser vista solamente por los ojos de los muertos: y que justamente por eso ha sobrevivido al paso de los vivos (digamos, de los artilleros) y podemos admirar hoy en un museo. Y también nos sucede que buscamos, y encontramos, inspiración religiosa en donde no la hubo nunca: cada vez que un arqueólogo desentierra una olla de cocina proveniente de una cultura remota le encuentra un sentido religioso, y, si es sensible a esas cosas, artístico: pero no una utilidad práctica. Ya esa olla de cocina, hecha para cocinar, y que servía para cocinar, la bautiza "vasija ceremonial antropomorfa". Sí: también lo es. "¿Qué importa si Walter Pater ha puesto en el retrato de la Mona Lisa cosas que Leonardo ni siquiera soñó?", decía Oscar Wilde. Es una olla de cocina, pero también es una vasija ceremonial antropomorfa (si es que es antropomorfa: a lo mejor simplemente lo parece, por el azar de las formas. También se han visto vasijas, o imágenes antropomorfas, en la disposición de las estrellas del cielo. Y es a la vez una obra de arte, por supuesto. Un "por supuesto" tan fechado como todo lo demás: data del momento en que, en los años 20 de este siglo, Marcel Duchamp señaló (descubrió, inventó, creó) el hecho de que cualquier cosa que se exponga en un museo es una obra de arte. De que una obra de arte es simplemente aquello, sea lo que sea que un artista califica como tal. Objetos fabricados en serie -la taza de un excusado, un botellero- u objetos naturales: todos los objets trouvés que encuentra un artista, o la propia luna, si el dedo que la señala es el de un artista. "¿Se pueden hacer obras que no sean de arte?", preguntaba Duchamp. Y tal vez se pudiera, antes. Pero una vez formulada la pregunta, la respuesta es formal: no, no se puede. Y así como en la obra cabe todo lo que ponga el crítico, por añadidura a lo que haya puesto el artista, así también en la crítica cabe todo lo que el crítico quiera. Para seguir con Wilde: el crítico es un artista, y también él crea. De donde se deduce no sólo que cualquiera es artista, haga lo que haga, sino además que cualquiera es crítico, diga lo que diga: esto es bonito, o esto es feo, o esto lo hace mi hijo de cinco años con los ojos cerrados. O esto es obsceno. O esto es impío. O esto está prohibido. ++++ LA LITERATURA COMO TAL ¿Qué puede la literatura ante un niño que se muere de hambre? -preguntaba Jean-Paul Sartre en su célebre ensayo "¿Qué es la literatura?". No puede nada, claro. Al revés: buena parte de la gran literatura está hecha de niños que se mueren de hambre, desde el infortunado Edipo de que nos habla Sófocles, abandonado en el campo, hasta el pobre Oliver Twist de Charles Dickens. Y cien más: el lazarillo de Tormes, Huckleberry Finn, la fosforerita de Hans Christian Andersen, muchos niños de las novelas rusas y casi todos los de las latinoamericanas. Eso, en cuanto al tema. En cuanto al objeto, también es erróneo el planteamiento de Sartre. El propósito de la literatura no es que los niños se mueran de hambre, pero tampoco es evitarlo. Si acaso -en ciertos casos líricos- es distraer al niño que pasa hambre. Decía Miguel Hernández:
En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba.
Ignoro la suerte posterior del hijo de Miguel Hernández. Pero si no murió, fue gracias a la cebolla, y no a la literatura. Porque no sirven para lo mismo. Pretender otra cosa, como hace Sartre, es demagogia. Y la demagogia es lo contrario de la literatura. Al decir esto, entiendo por literatura la verdad pura y simple (y es significativo, en un sentido saussureano, que se llame con desdén "literatura" a lo que es falso, cuando es lo más verdadero). La verdad pura y simple, es decir, aquella que se presenta desnuda porque no quiere re­presentar más que a sí misma. El texto escueto, exento (en el sentido arquitectónico), independiente de las intenciones del autor. El autor siempre tiene intenciones, desde luego. Cuando san Juan de la Cruz escribía esos versos bellos y enigmáticos con que termina el "Cántico espiritual":
Que nadie lo miraba, Amiriadab tampoco parecía y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía tenía la intención edificante, que él mismo explicita en sus densas y pro­lijas explicaciones de texto, de mostrar el desasimiento de las cosas te­rrenales: "por las aguas entiende aquí los bienes y deleites espirituales que... por la caballería entiende aquí los sentidos corporales que..." . Pero si bien hay lectores que buscan en esos versos la intención edificante, hay otros --entre los cuales me cuento- que en primer lugar buscan otra cosa: el placer del texto (a la manera de Barthes). Y sólo a continuación, otras cosas. Muchas o pocas -depende de la riqueza del texto: hay más riqueza en san Juan que en Bécquer, digamos, una más intrincada riqueza-, pero cosas, todas ellas, del texto, no del autor. Un poema, como sostenía Baudelaire, es autónomo. Precisando esto más: esas cosas de que hablo (ese placer del texto) más que en el texto mismo están en su lectura. Quiero decir: en la que yo hago, pues para otros es otro el mismo texto. Porque la literatura es como eso que los franceses llaman "una posada española", en donde cada cual sólo encuentra lo que lleva. Y eso se presta a confusiones y malentendidos. Un ejemplo (francés): la conocida carta de Hugo a Baudelaire (justamente) diciéndole que también él está "a favor del arte por el arte, o arte por (''pour'': puede ser "para") el progreso: en el fondo es la misma cosa". No: no es la misma cosa para Baudelaire, aunque sí lo fuera para Hugo. Cada lector, cada intérprete, pone su propia interpretaciónón en la lectura. Así mi lectura de un texto, y -en las páginas que vienen- su traducción a un comentario, su crítica, es de índole retórica. No lingüística, ni estructuralista, ni psicoanalítica, ni marxista a la manera de Lukácz (escudriñando "causas objetivas" en el texto, o en el autor, o en la com­plejidad de la sociedad). Es una crítica retórica, generalista, sin los rigores del particularismo benedictino. Soy yo (como lector, primero; y a continuación como opinador crítico) quien decide si eso que leo es buena o mala literatura, al margen de los propósitos del autor y al margen también de otras posibles interpretaciones críticas. Que, por lo demás, pueden ser también a veces textos fascinantes por derecho propio: una crítica de Nabokov sobre Gogol, por ejemplo (aunque concluya asegu­rando -muy para mi gusto- que no puede apreciar a Gogol quien no sepa ruso); o una crítica de Eliot sobre Dante. Pero no pretendo en ningún momento imponer como norma mi punto de vista: mi subjetivismo no tiene por qué transmutarse en objetividad. Crítica de opinión. Más lacaniana que freudiana (el psicoanálisis es, entre otras cosas, crítica literaria, y en sus más altas cimas -La psicopatologia de la vida cotidiana- pura literatura en el sentido de que me interesa más el discurso que el hombre. Más el texto que el autor, y sobre todo, insisto, más la lectura que el texto mismo. Borges lo explica luminosamente en el cuento "Pierre Menard, autor del Quijote": no son idénticos esos dos Quijotes iguales palabra por palabra, el escrito por Cervantes y el escrito por Menard; y probablemente es mejor el de Menard, aunque sea menos conocido. (Oppenheimer, el físico nuclear, se libró en su juventud de prestar servicio militar porque en el examen de inteligencia le preguntaron cuál era la línea más corta entre dos puntos, y respondió que eso dependía de desde cuál de los puntos se empezaba la línea). Como se advierte en la notícula introductoria a este libro, las críticas que vienen a continuación no corresponden a mi voluntad, sino al azar de lo que es el "cubrimiento cultural" de la prensa española: premios, muertes, centenarios. No corresponden necesariamente a mis intereses ni a mis gustos, pues el azar no dio ocasión: ni murió Samuel Beckett, ni le dieron un premio a Musil, ni se celebró el centenario de Garcilaso. Pero lo que hay ilustra, creo, tanto mi concepto de la crítica de periódico como mi idea de qué es la literatura. Premios buenos -el de García Márquez, por su literatura- y premios malos -el de Cela, a quien no le interesa la literatura sino el premio. Varios muertos. Un asesino -Althusser-: los asesinatos son -con los niños que se mueren de hambre y dos o tres temas más- la materia de la literatura. Una cosa sobre André Breton, o sea: todo entendido como literatura. Porque todo es literatura, cuando es de verdad, aunque sea mentira. Literatura es todo lo que inventan los hombres (y las mujeres, sí: pero esto es otra vez demagogia) para espantar su miedo, como los niños cantan cuando tienen que entrar a un cuarto oscuro. Y es más verdadero el canto que la oscuridad. +++ LA VANIDAD El arte de la entrevista requiere páginas y páginas. Los diálogos de Platón con Sócrates (o de Sócrates con otros entrevistadores). Las conversaciones de Eckermann con Goethe. El Diario de Bucaramanga de Perú de Lacroix con Simón Bolívar. Y una entrevista breve requiere, al revés, una capacidad asombrosa de síntesis. Recuerdo la que le hizo Pilatos a Jesús, reproducida en el evangelio de Mateo; y una, deslumbrante, que un periodista anónimo (no lleva firma) le hizo en un diario español al viejo torero Domingo Ortega. Las preguntas eran muchas, y más bien largas. Y a todas el torero respondía con sencillez: "No". Las entrevistas que a continuación se publican no alcanzan esa altura. Pero iah!: la vanidad de hacer saber que también yo he entrevistado a Borges.
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NoTiCas de NTC ...: En la Revista Número # 30, (¿finales 2001, principios 2002)
http://www.revistanumero.com/conte30.htm encontramos la referencia : “PAISAJE CON FIGURAS, DE ANTONIO CABALLERO, POR JULIO CÉSAR LONDOÑO.
Próximamente traremos de conseguir y publicar la reseña. Por lo pronto, gracias a la colaboración del autor, publicamos:
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Antonio Caballero, el alacrán alado. (1) Por Julio César Londoño. (1) Entre 1980 y 1994 Antonio Caballero publicó una columna* sobre arte y literatura en la revista Cambio 16 de España. Estaba casado con una catalana de apellidos –como él– y trabajaba poco –como debe ser.
. Leer esas columnas es conocer al otro Antonio Caballero, al crítico cachaco que ocupaba su tiempo recorriendo con parsimonia episcopal los museos de Europa. Y leyendo. A veces se aburría, claro (hasta la felicidad cansa), y entonces volvía a ser el mismo Caballero de siempre, el alacrán alado que tantos temen, y ¡zas!, le asestaba una patada en la tráquea a la primera celebridad que se le atravesara (Leonardo da Vinci, Borges o Althuser). Acto seguido recogía su chistera y seguía como si tal.
. De Leonardo nos cuenta que su verdadera pasión era el diseño de armas de extermino masivo (carros acorazados, gigantescas ballestas de repetición, morteros) y que dejó tirados muchos proyectos (cuadros, cúpulas, cañones) porque, una vez entendidos, les perdía interés. "Para Leonardo –como para cualquier físico teórico– el arte era cosa mentale".
. Allí nos enteramos de que "los cuadros de la madurez de Joan Miró están hechos de pequeños golpes de azar, de un azar ya controlado"; que Monet inventó la luz; que el bambino Piero de Médicis ponía a Miguel Angel a amasar muñecos de nieve con nieve traída hasta Florencia expresamente desde los Montes Apeninos; que el paisajismo fue un género autónomo (ya no escenográfico) recién en el siglo XVII, y que si la luz entraba al cuadro por la izquierda, era de mañana; si por la derecha, de tarde; que Goya, un ateo, sabía poner en sus cuadros (Oración en el huerto, Comunión de San José de Calasanz) una profundidad religiosa que nunca alcanzó el beato Francisco Murillo; que cobraba 6 reales por los grabados de retratos ecuestres y 3 por los de a pie, y que no resistía a los dibujantes: "¡Líneas, líneas –rezongaba–, yo no veo líneas en la naturaleza!"; que Dalí introdujo el psicoanálisis en la pintura con su 'método crítico-paranoico'; que los 'globos' parlantes de los comics derivan de esas cintas ondulantes con caracteres latinos de los cuadros religiosos del Medioevo; que el arte pop –hijo del comic: plano, mecánico y frívolo– es el reflejo exacto de la frívola, mecánica y plana modernidad; que "el plagio en pintura ha existido siempre pero el comentario es específicamente moderno"; que Malraux bautizó a Goya como "el iniciador del arte moderno", haciendo gala de su francés talento para las definiciones; que Picasso pintaba retratos de sociedad y de burdel pero prefirió siempre los de burdel; que Onetti decía: "Hay dos clases de escritores: los que quieren ser escritores y los que quieren escribir. Me quedo con estos"; que "Cortázar, tan francés, siempre se definió como un latinoamericano, eso que Borges, tan argentino, nunca fue"; De Sartre nos dice que fue la conciencia de su tiempo por su estilo y su ejemplo moral; de la pareja Sartre-Beauvoir, que 'mojó' tanta prensa como la pareja Burton-Taylor; de la literatura norteamericana, que es narcisa (obras como las de Walt Whitman y Henry Miller, y personalidades como la de Truman Capote, parecen darle la razón). Sobre la Academia Sueca de Letras, imagina que "los viejitos que la conforman se dan palmadas de desesperación en sus pálidas calvas boreales cada que se les muere un Henry Miller: ¡Otro que se nos pasa!".
. En Camilo José Cela, se detiene un poco más. Revela que fue un soplón a sueldo de la policía (le pasaba información sobre las actividades de los intelectuales opuestos al franquismo) y que escribió, pagado por el dictador Marcos Pérez Jiménez, La catira, un libro que debía convertirse en la novela nacional de Venezuela desbancando a Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, quien encabezaba la resistencia civil a la dictadura. La novela es un bodrio pero Cela se embolsilló una bonita suma. El capítulo dedicado a este insigne gilipollas se llama "Pedo, caca, culo, pis", en alusión a la conocida debilidad de Cela por todo lo escatológico.
. La tragedia de Louis Althuser, el filósofo que un domingo cualquiera estranguló a su mujer, es analizada por Caballero con mal disimulada fruición.
. Una serie de entrevistas a Czeslaw Milosz, Antony Burgess, Henry Moore, Milan Kundera, Gabo y Borges, cierra el libro. Borges le confesó que su mamá le reprochaba: "A vos no te interesa la historia argentina sino la actuación allí de tus parientes". En la entrevista a Gabo ("El Nobel cayó en Macondo") se atrevió a decirle que en Del amor y otros demonios sobraba un personaje (el segundo exorcista) y faltaba otro, Dominga de Adviento, señora que, según Caballero, está apenas bosquejada. Contra todo pronóstico, en lugar de descargar sobre el insolente reportero toda la autoridad de su gloria, el monstruo de Aracataca aceptó tranquilamente el comentario.
. Caballero sabe hacer algo que es muy difícil: encontrar las constantes que caracterizan a un período, a un movimiento o a una nación, sin caer en las simplificaciones triviales de las enciclopedias; especula sobre la manera como el espíritu de su tiempo influye sobre las obras de los artistas, a veces encuentra los pasadizos secretos que los unen, y todo esto nos lo cuenta con ese estilo suyo que puede ser acusado de todo menos de insipidez.
. · * (El lector interesado puede leer una buena compilación de estas columnas en el volumen Paisaje con figuras, editado por El Malpensante en 1997). (1) Publicado en : Nuestros ídolos. Retratos no autorizados Editorial Norma : 12/12/2005 . Pág. 25 Libros: Nuestros ídolos. Retratos no autorizados, Julio Cesar ... http://www.librerianorma.com/producto/producto.aspx?p=kvvtaEU9rh28C33B32eA3IQD9mRycG4D Ver contenido http://www.librerianorma.com/producto/producto_contenido.aspx?p=kvvtaEU9rh2/YTnboLLdOw==
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Actualizó : NTC … / gra , Sept. 14, 2008

jueves, 4 de septiembre de 2008

Algo sobre literatura colombiana actual ...

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Pagina del
Taller para escritores Renata, Mincultura – Bilioteca Departamental Cali,
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Septiembre 4, 2008
ALGO SOBRE LITERATURA COLOMBIANA ACTUAL …
1.- La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
Marianne Ponsford
2.- Conversaciones con un amigo acerca del nuevo canon
- Betuel Bonilla Rojas –
3.- DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA
Eduardo García Aguilar
4.- Bogotá, ¿capital mundial del libro?
CONTRA LOS GERENTES DE LA LITERATURA EN COLOMBIA Eduardo García Aguilar
5.- Conversatorio sobre Poesía Colombiana. Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett y Darío Jaramillo Agudelo. En el II festival de poesía “Luna de locos”. Pereira, Agosto 27-30, 2008

Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com
como sugerencias para los asistentes al Taller para escritores Renata, Mincultura – Bilioteca Departamental Cali,
TALLER DE ESCRITURA - JCL , http://tades-jcl.blogspot.com/ , tades.jcl@gmail.com
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1.- La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
La subversión de los géneros ha llegado con fuerza a la literatura colombiana. La ficción quiere ser cada vez más periodística y el periodismo quiere aprender a contar a historias cada vez más literarias. ¿Qué está pasando aquí? ¿Se desdibujaron los límites?
Marianne Ponsford, Bogotá
Arcadia, no. 36, septiembre 2008 http://www.revistaarcadia.com/ediciones/36/portada.html

La literatura colombiana de hoy . Cualquier parecido con la realidad...
La subversión de los géneros ha llegado con fuerza a la literatura colombiana. La ficción quiere ser cada vez más periodística y el periodismo quiere aprender a contar a historias cada vez más literarias. ¿Qué está pasando aquí? ¿Se desdibujaron los límites?
Marianne Ponsford, Bogotá
Arcadia, no. 36, septiembre 2008
http://www.revistaarcadia.com/ediciones/36/portada.html

Ayer terminé de leer una novela que narra el último día de la vida de un capo del narcotráfico llamado Pablo, jefe de un cartel de la droga de una ciudad llamada Medellín, que muere a balazos tras intentar huir de los militares que lo buscan, tendido en el tejado de un edificio. La novela se llama Happy birthday, capo, del escritor antioqueño José Libardo Porras, y acaba de ser publicada por Editorial Planeta.
Hace tres meses había leído Lara, escrita por Nahum Montt y publicada por Alfaguara, una novela que narra el último día en la vida de un hombre al que van a asesinar, llamado Rodrigo Lara Bonilla. Uno de los personajes de la novela se llama Guillermo Cano y es director de un periódico llamado El Espectador.
Llamé a Fidel Cano, actual director del periódico El Espectador y sobrino del periodista Guillermo Cano que todos conocemos (asesinado por el capo del narcotráfico Pablo Escobar) para preguntarle si había leído la novela. Me dijo que sí, y para mi sorpresa, me contó que fue Nancy, la viuda de Lara Bonilla, quien se la envió. Pero ¿qué pensó Fidel mientras la leía? Al fin y al cabo alguien a quien él no conocía —un escritor— estaba asumiendo la voz y moldeando el carácter de alguien muy íntimo y querido para él. Estaba abrogándose el derecho de reinventarlo. ¿Es eso legítimo, éticamente? Recordé la polémica que se ha dado tanto tiempo en Israel, donde se niegan a interpretar cualquier obra de Richard Wagner, por el hecho de asociarlo tan fuertemente con el Holocausto. El mismo Daniel Baremboim, director de orquesta y admirador del compositor, admitió que entiende las razones y que, si bien Wagner no tiene la culpa, por respeto hay que esperar a que los sobrevivientes del Holocausto se mueran para no herir sus sensibilidades. “Sin duda el personaje de Guillermo Cano es un gran homenaje —me contesta Fidel Cano­—. Allí está reflejada su lucha. Pero yo no sentí que ese personaje llamado Guillermo Cano fuera el Guillermo Cano que yo conocí. Había actitudes y diálogos que no podían ser de él.
El que está ahí es un personaje de ficción. Aún así, no importa: aunque la versión de Guillermo Cano que está en la novela no sea exacta, él es una figura nacional —como Lara Bonilla— y cada quien puede crear una relación con ellos, que trasciende la esfera familiar. Sin embargo, sí creo que la novela tiene unos errores fácticos grandes. Mientras la leía pensaba ‘esto no fue así’. No me refiero a la parte que se inventa, sino a hechos comprobables, que se saben. No creo que se pueda ser tan libre en la presentación de esos hechos históricos. Faltó mucha investigación”.
Entonces le escribo a Nahum Montt y le pregunto: ¿Cuál es la diferencia entre su libro Lara y un libro escrito por un periodista que cuenta los últimos días de la vida del asesinado ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla? Nahum me devuelve una respuesta simpática pero que, en el fondo, siento un poco evasiva, cargada de dulces trampas retóricas. Me dice: “Lara se puede enseñar en las facultades de periodismo como un ejemplo de lo que no se debe hacer en periodismo literario. Allí ocuparía un lugar privilegiado en el Museo de los Esfuerzos Inútiles. El docente podrá levantar el libro y decir: ‘Miren muchachos, que si no se ajuician y estudian metodología de la investigación terminarán como Nahum Montt, cuatro años perdidos para publicar esta novelita de no ficción’”.
Tanto Lara como Happy birthday, capo son novelas bien escritas, con un juicioso sentido de la forma literaria y con destreza narrativa.
Montt hurgó en archivos y mantuvo horas y horas de conversación con la viuda de Lara para escribir su libro. Porras, con una voz pausada que agrada de inmediato, me dice por teléfono algo parecido: “Creo que sin querer ser pretencioso, he leído todo lo que se ha publicado sobre Pablo Escobar. Investigué muchísimo. Pero mi libro sí es una novela. No, no es una novela de no-ficción [como la famosa A sangre fría de Truman Capote]. Es una novela, porque yo traté de recrear el alma, el mundo interior de un hombre durante las últimas ocho horas de su vida, y eso tiene que ser ficción. Lo que pasa es que tiene un entronque con el periodismo porque todos los personajes tienen un equivalente en la vida real. De hecho, yo la escribí con los nombres reales y luego los cambié —todos excepto el de Pablo— para evitar demandas. ¿Qué por qué no escribí un libro periodístico? Porque el periodismo no admite ciertos acercamientos que la ficción sí.
Tal vez esa mezcla de géneros es irresponsable, ese aprovecharse de todo para los fines que uno se ha propuesto. Y esos fines son los de acercarme al ser humano. Entrar a una categoría distinta, que trasciende el problema de verosimilitud que se le pide a la novela, y tiene que ver con la verdad. Mire, yo no creo que exista nada que haya cambiado la manera de ser de los colombianos de una manera tan radical como lo hizo el narcotráfico. Produjo una transformación total de las conciencias. Necesitamos explicarnos a nosotros mismos, y para ello el periodismo no basta. Yo quisiera que mi novela fuera leída como documento periodístico con un ojo y con el otro como novela. Y sé que estoy corriendo un riesgo, pero me divierte pensar que cuando la lean los novelistas se molesten, y cuando la lean los periodistas… ¡se molesten también!”.
Todo parece indicar que en Colombia, en esta coyuntura histórica, los límites entre periodismo y literatura (o entre ficción y no-ficción) se están borrando. “Yo no lo creo —me dice Héctor Abad—. Lo que creo es que el periodismo se está volviendo impúdico. La novela, la ficción, era necesaria para no infringir los límites de la privacidad y del pudor. Yo no puedo hablar de los líos conyugales de unas personas que conozco íntimamente, pero sí puedo usar en la ficción lo que sé de esa pareja, y presentarlo en un escenario deformado, con nombres y situaciones cambiadas. La novela era el terreno donde se debatía la intimidad, lo más hondo de los sentimientos humanos, sin violar la intimidad de las personas. Si la no-ficción viola la intimidad (y eso a mí me sigue pareciendo ilegítimo, salvo que el interesado lo permita, o el que el periodista sea el mismo biografiado) entonces la no-ficción coloniza un territorio que antes pertenecía solamente a la ficción”.
Son casi 400 las páginas de Líbranos del bien, la nueva novela de Alonso Sánchez Baute que publicará Alfaguara en septiembre. Sánchez Baute es vallenato, y creció muy cerca de Rodrigo Tovar y de Ricardo Palmera, hoy más conocidos como Simón Trinidad y Jorge 40. De hecho, los Tovar Pupo y los Sánchez Baute eran familias vecinas y muy amigas. Es evidente la exhaustiva investigación que llevó a cabo el escritor. Habló con decenas y decenas de personas, incluidos el mismo Jorge 40 en Itagüí, sus padres, y Leonor, la hermana de Simón Trinidad. La intención parece clara: pintar, a través de la minuciosa biografía familiar de estos dos hombres tan similares y antagónicos a la vez, un inmenso fresco histórico de la ciudad, de la sociedad que los parió y que quizá sea responsable de que se hubiesen convertido en asesinos brutales, amparados ambos en la esquiva persecución del orden y del bien común.
Sánchez Baute me asegura que todos los datos de la novela son rigurosamente ciertos. Sólo Josefina Palmera, una mujer centenaria en cuya voz narrativa parece confluir toda la vocinglería del elitista matriarcado cesarense, es un personaje de ficción. Y es en ella donde Sánchez Baute logra dejar ver su talento.
Pero a Sánchez Baute no parece importarle a qué genero pertenece su libro. Me dice con un guiño cómplice que no es gratuito que uno de los epígrafes del libro sea de Hunter S. Thompson, el periodista gringo que inventó el periodismo “gonzo”, ese en el cual el periodista se camufla para vivir —y poder contar— la experiencia de otro (un obrero, un polizón, una prostituta). Aun así, no entiendo qué tiene que ver el periodismo gonzo en este caso: el libro está narrado por la voz en primera persona de un periodista que se llama Loncho (el apodo del Sánchez Baute en la vida real), quien se fue de la ciudad muy joven por la intolerancia frente a su condición homosexual (exactamente igual que en la vida real). Todos los nombres corresponden a personas y hechos reales. En la novela se narran muchos de los secuestros de buena parte de la clase alta de Valledupar, incluido el secuestro y asesinato de Consuelo Araújo Noguera. Y los nombres de Pepe Castro, la Conchi, Alfonso López Michelsen, Ernesto Samper —toda la élite que ha tenido que ver con Valledupar— desfilan por las páginas de Líbranos del bien, pero como personajes aludidos, narrados por las voces que reconstruyen el pasado de la ciudad. Nada se inventa.
Hay otra coincidencia entre los tres escritores. Montt dice que comenzó su investigación sobre Lara con la intención de escribir una biografía. Porras dice que lo primero que quería hacer era un documental sobre la madre de Pablo Escobar. Y Sánchez Baute admite que la idea que dio pie a su investigación tuvo que ver con sugerencias de crónicas para la revista Don Juan y El Malpensante.
Es inevitable confundirse y llenarse de preguntas. ¿Por qué entonces estos tres libros se llaman a sí mismos novelas? ¿Es legítimo lo que están haciendo estos escritores, usar la vida y el nombre de personajes públicos colombianos, personas que son o que han sido de carne y hueso para armar sus ficciones? ¿Hay una subversión de los géneros? ¿La realidad ha superado la ficción, como reza el viejísimo cliché? ¿O acaso están estos escritores simplemente cayendo en una tentación mediática?
Todos arguyen buenas intenciones: Sánchez Baute quiere “hurgar en el origen del mal, en qué fue lo hizo que dos jóvenes de la sociedad de Valledupar se transformaran en macabros asesinos”; Nahum Montt quiere “rendir homenaje a hombres valerosos que marcaron su infancia”, y José Libardo Porras quiere “entender las razones por las que floreció el negocio del narcotráfico para así comprender quiénes somos. Pero bien sabemos que las buenas intenciones nunca han sido una gran carta de presentación en los terrenos de la literatura. (“Es con malos sentimientos que uno hace buenas novelas”, decía Aldous Huxley.) Pero nadie confiesa las intenciones reales, profundas —quizá no las sabe— así que lo que ellos arguyan no es uwwn buen elemento de juicio.
Tal vez la pregunta de fondo sería: ¿Basta con alterar algunos datos, inventar lo que ha quedado en zonas grises, cambiar los nombres o simplemente publicar en una colección de ficción para que lo escrito se convierta por arte de gracia en una novela? ¿Basta con que los novelistas crean que ya que vivimos una realidad tan abrumadora, no necesitamos inventar nada? Mejor dicho, ¿qué es lo que hace que un relato sea o no una novela? ¿Solo que una de las historias es inventada y la otra pasó de verdad?
En sus maravillosos ensayos reunidos en el libro El telón, Milan Kundera dice esto: [La novela…] “se niega a aparecer como ilustración de un período histórico, como descripción de una sociedad, como defensa de una ideología, y se pone al servicio exclusivo de lo que solo la novela puede decir”. Y a lo que solo la novela puede aludir Kundera lo bautiza como “el enigma existencial”. Más adelante, el escritor checo remata así: “Porque la Historia, con sus movimientos, sus guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, sus humillaciones nacionales, etcétera, no interesa al novelista como objeto para ser descrito, contado, explicado; el novelista no es un lacayo de los historiadores; si la Historia lo fascina es porque para él es como un foco que gira alrededor de la existencia humana y que ilumina las desconocidas e inesperadas posibilidades que, cuando la Historia está inmóvil, no se realizan, permanecen invisibles y desconocidas”.
Solo la misteriosa conjunción de lectores y el tiempo podrán juzgar si esta curiosa tendencia que comienza a verse en la literatura nacional logrará trascender el recurso del uso de la realidad como un truco literario. O si estos escritores han caído, después de cuarenta días de ayuno en un desierto, en la tentación de cambiar las piedras por panes, y acabado por cambiar los panes por piedras.
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2.- Conversaciones con un amigo acerca del nuevo canon
- Betuel Bonilla Rojas –
Puesto de Combate . No. 72. Año XXXVI. I-2008. http://www.puestodecombate.com/

--¿Es cierto --me preguntaba en días pasados un entusiasta amigo--, que a los autores y los libros del presente no vale la pena leerlos?
--¿Autores de dónde? --le inquirí.
--De Colombia, de América y del Mundo --respondió mi amigo.
Luego entró en detalles y me dijo que hace poco había escuchado, en boca de un estudiante universitario, esa sentencia difamatoria que acusaba a la literatura de Hoy (ojo con la mayúscula) de estar desprovista de genialidad, de rasgos formales y conceptuales para hacerla merecedora de una lectura, una revisión juiciosa y unos halagos. Mi amigo lo dijo con algo de desazón, quizás con la esperanza secreta de hallar en mi respuesta una posición diferente a la de aquel ingenuo (en realidad un eufemismo) estudiante.
Yo le respondí, de entrada, que me aburrían esas polémicas bizantinas en las que un muchachito en ciernes, aún ensombrecido en sus primeras contemplaciones, creía descubrir y domeñar el mundo por haber acabado de leer Odisea , o Iliada , entre soberanos bostezos. Quise aparentar serenidad pero no pude, acaso enardecido por la idea de otra discusión con uno más de esos adelantados de la estulticia que son mayoría en el mundo. Luego, ya más reposado, intenté argumentar algo.
Primero le dije que todo escritor, por más remota que haya sido su época de creación, su procedencia temporal, vivió en algún momento en el presente, y que tal vez ese presente lo miró en dicho momento con desconfianza o con desprecio. Siempre ha sucedido así. Además, agregué, muy raras veces ese presente puede testimoniar, siquiera de lejos, la grandeza de tal escritor. Toda época vive celosa de quienes intentan ser grandes en ella. Ésta, le aclaré, no es la excepción.
Mi amigo pasó saliva, reflexionó, sonrió, y supe que en su interior se reía del estudiante. Luego me pidió más con la mirada.
Entonces le dije que era muy prematuro lanzar juicios valorativos sobre la obra de la actualidad, pero que también valía la pena correr algunos riesgos, o si no, agregué, qué otro sentido podía tener el uso de la inteligencia de quienes nos asumimos como lectores. Le dije que lamentablemente el listado de libros y de autores a leer provenía en buena medida de las facultades de literatura, que ese listado se replicaba en todos los niveles de escolaridad gracias a los maestros que lo repetían sin analizarlo y sin someterlo a una actualización rigurosa, y que el lugar ideal de los profesores universitarios era el de la comodidad, sobre todo el de la comodidad de una inteligencia que se pone siempre a favor de los ya consagrados. Luego, ya tranquilo, me solté con mayor profundidad.
Es común ver hoy en día cómo los profesores, especialmente los que en la universidad dirigen los cursos de literatura, vuelven una y otra vez sobre algunos nombres ilustres de las letras, nombres que repiten como una letanía curso tras curso, sin alterar siquiera los títulos de los libros de un mismo autor, como si cada autor fuera el creador de un solo libro. Eso les sacia su pereza mental y les confiere un mínimo de autoridad, pues es el único libro cuya referencia manejan. La actualización de estos tipejos reside, cuando mucho, en esperar a que cada fin de año la Academia proclame al último Premio Nobel para ir a la caza de este autor y exhibirlo como un trofeo ante sus asombrados estudiantes. A la semana siguiente, o a las dos semanas, los libros de este autor se han agotado cuando en días atrás no se vendía ni un solo ejemplar y las librerías lo sacaban de los lugares importantes en los estantes 2 . ¿Qué diferencia hay en esta práctica con la de comprar la colombina de moda, o los calzoncillos con olor a fresa, o el preservativo con olores que promueven los comerciales? ¿Acaso hay menos sometimiento consumista en comprarle ingenuamente a una multinacional de la industria editorial que a una marca de cremas dentales que exhibe las virtudes de una nueva sustancia en la lucha contra el sarro?
Resulta que el legendario Premio no es, ni de cerca, el más justo rasero para medir la calidad literaria 3 . El canon no siempre se corresponde con el Nobel. Hay autores premiados dignos del más sonoro y legal olvido. Otros, por el contrario —y la lista es muy larga— son infinita, pero infinitamente superiores, a muchos de los galardonados. Yo prefiero a Onetti sobre Echegaray, o a Joyce sobre el estentóreo Churchill, o a Kafka sobre Benavente, o a Rulfo sobre Mistral, o a Cortázar sobre Agnon, o a Vargas Llosa (Wilde escribía que el hecho de que un hombre sea un envenenador no dice nada en contra de su prosa) sobre Elfriede Jelinek, o a Philip Roth o Cormac McCarthy sobre Pamuk (sí, el Pamuk que hace pocos días todos entronizaban, veneraban y convertían en conversación obligada de pasillo). El codiciado Premio tiene tanto de político y estratégico como Miss Universo. No tiene nada de gracia, ni de importante, ni de honradamente intelectual, leer al premiado con premura, y casi por asalto, y soslayar a todos los otros nombres que orbitan o pueblan el vasto cosmos literario.
Hoy en día estos juiciosos y aguerridos profesores universitarios, los mismos que tienen horas para la investigación y cubículos blindados, y que viajan al exterior a doctorarse, escriben copiosos ensayos para probar la grandeza de Saramago. Valiente chiste. Ejercicio inane del audaz Perogrullo. Abundan conferencias y paneles en los que el autor de Ensayo sobre la ceguera es manoseado hasta la saciedad, con clisés y lugares comunes dignos de un logro pendiente de la básica primaria. Y esto es, dicen los eminentes profesores, estar al día con la inteligencia, con el rigor de la investigación erudita. Ni uno solo de ellos, estoy seguro, daba un peso por Saramago antes del Nobel. Ni uno solo, es lo más probable, sabía siquiera que Todos los nombres existía. Creo, sin duda alguna, que los peores lectores dan clases de literatura en muchas universidades.
Entonces, iba entendiendo mi amigo, el presente sólo es presente cuando un tercero lo indica, cuando el pasado se ha tornado ya en un terreno resbaladizo merced al empuje del liviano presente. El canon no siempre matriculó de inmediato a sus consentidos. Hace poco leí, no sé dónde, que los autores hoy imprescindibles dentro del canon no fueron los más leídos en su momento, y que algunos fueron tildados de insignes perdedores. Flaubert mereció la misma atención con su Educación sentimental y La tentación de San Antonio que una nube fugaz; y Proust recibió con desaliento los dicterios proferidos contra Los placeres y los días , el simple ejercicio de un aprendiz que luego maduraría en los inolvidables siete tomos de En busca del tiempo perdido ; también Góngora, el imprescindible poeta del barroco español, debió resguardarse por largo tiempo en las catacumbas hasta que la lucidez de Dámaso Alonso lo desempolvó para los lectores de otros siglos. Le cité a mi amigo algunos casos más y éste se conmovió con el destino aciago de quienes ahora eran considerados poco menos que genios y saboreaban las mieles de una felicidad tardía.
Mi amigo pareció entonces satisfecho y supe que en algo había disipado sus dudas. Quedaba entonces aventurar algunos nombres, un par de libros que me dieran la razón y que testimoniaran la existencia de escritores de valía en el incierto presente.
—Lo pertinente es empezar por lo nuestro ­—dije a mi amigo—. Yo creo que José Eustasio Rivera, García Márquez, Mejía Vallejo, Zapata Olivella, Germán Espinosa, Fernando Cruz Kronfly, R. H. Moreno Durán, Pedro Gómez Valderrama, Luis Fayad y Óscar Collazos son tanto de antes como de ahora, y su visita es urgente. Esto, para cualquiera con una relativa cultura literaria, es más o menos obvio. No se requiere de una maestría, un doctorado o un artículo en revista indexada para saberlo. Pero como prometí adentrarme en el terreno de los riesgos ­—que es el verdadero terreno de la inteligencia­—, empiezo por decir que Antonio Úngar es quizás la voz más potente de los escritores de las nuevas generaciones, al menos el de Las orejas del lobo y algunos cuentos, no tanto el de Zanahorias voladoras , un libro irregular, con pasajes bastante desafortunados y que revelan a un novelista que no alcanza el dominio de la técnica novelesca, o el de los cuentos que aparecen en Calibre 39 4 y Bogotá 39. Antología de cuento latinoamericano 5 . Quizás lo ayuda mucho su formación, lejos de las camarillas que devoran todo a su paso. También está su tocayo, Antonio García Ángel, un rapsódico chandleriano, bonachón, que debutó muy bien con Su casa es mi casa —novela de intrigas y de retos—, y decayó con Recursos humanos , una novela de aliento y estructura vargasllosianos, menos vigorosa pero más necesaria para el formato cinematográfico de actualidad. Sus cuentos, así estén recogidos en libros que se fingen antológicos, son en verdad lamentables, carentes en absoluto de las mínimas exigencias del género, de la tensión y la atmósfera que torna a ciertos cuentos atemporales. Recientemente apareció un cuento suyo llamado “Bobby” (incluido en la antología latinoamericana citada) que contradice el tono y la forma de sus primeros cuentos. En este último aparece un narrador maduro, con una gran historia muy bien ejecutada.
Miré a mi amigo y éste seguía la conversación muy atento. Le dije que omitiría algunos títulos y algunos autores, bien por tiempo o por desconocimiento, pero que le prometía, en futuras sesiones, ir completando el panorama.
Luego pasé a indicarle que a la cabeza de este grupo iba Roberto Rubiano Vargas, un cincuentón cosmopolita, señalador de caminos literarios, para usar una metáfora de Valéry Larbaud, el escritor francés. De Roberto brillan con luz propia su Alquimia de la escritura —el ABC condensado del oficio—, y un libro de cuentos redondo, urbano, también de estirpe chandleriana, Necesitaba una historia de amor y otros cuentos bogotanos . El cuento homónimo es fantástico. Existen por ahí algunos textos breves de él, impecables, con el gusto que da la historia sencilla contada de manera esencial. Roberto comete el error, el histórico e inadmisible error, de confundir antología con agrupación de amigos, y de creer que una antología es producto más del texto inmediato, del libro a mano, que de una pesquisa acuciosa y esmerada de obras relevantes, cualquiera sea el lugar que las albergue. Sigue el camino fácil de Luz Mary Giraldo. Del joven Andrés Burgos poco o nada merece un recuerdo, un lugar en el podio del canon. Lo constaté con la lectura del cuento compilado por Roberto. Su resonancia es puro escándalo, auto-mercadeo, presencia mediática a ultranza. Su presencia es entonces perfectamente soslayable. Lo mismo se puede decir de la Piedad Bonnett narradora, la de una novelita desaliñada llamada Después de todo , una obra que tiene el sabor agridulce de la prosa impecable pero insustancial, del oficio ausente de materia que incorporar. De Margarita Posada, de la locuaz y visible Margarita y su De esta agua no beberé , le dije que literariamente desconfiaba tanto como de un billete de cincuenta mil en manos de un inquilino próximo a cambiarse de morada.
Me detuve y vi que la perplejidad de mi amigo pasaba por el terreno de la desconfianza, del sonrojo. Le advertí, para variar de perspectiva y posar de más amable, que también estaba Juan Gabriel Vásquez, que su novela Los informantes era una obra valiosa, digna de una lectura atenta y detallada. Sus cuentos tienen oficio, tienen además el aliño de la prosa bien condimentada. También le agregué que los libros de Enrique Serrano tenían el sabor rancio de las historias reencauchadas, que confundía la erudición con la revisión al dedillo, enciclopédica, de la historia. Eso sí, le dejé claro, que “El día de la partida” era un cuento memorable, con premio o sin él, pero que eso no salvaba per se sus otros libros. Todo Héctor Abad Faciolince merecía el favor de la lectura continua —aun sus textos de no ficción—, y en especial El olvido que seremos , una novela que el gallego Manuel Rivas tildó de magistral (y eso puesto en boca del autor de “La lengua de las mariposas” es todo un elogio). Jorge Franco entretiene y parece sincero, pero la sinceridad no siempre es una virtud literaria. Melodrama es menos virtuosa que Rosario Tijeras , y ésta, con todo y bombo, con todo y adaptación, es menos que muchas de las novelas olvidadas de Luis Fayad, Fernando Cruz Kronfly, Darío Ruiz Gómez, Evelio Rosero —el indispensable Evelio— o Carlos Perozzo.
Luego le dije a mi amigo que la tarea era por demás dispendiosa y que prefería pasar a libros producidos en otros países, pero que el resto de la revisión cercana, nacional, quedaba aún pendiente, pero que le podía adelantar algunos nombres para que él por su cuenta fuera leyendo y evaluando mientras volvíamos a conversar: Juan Álvarez (un epígono inteligente y socarrón de Salinger), Tomás González, Efraim Medina (el de los títulos rocambolescos), Pilar Quintana, Juan Carlos Garay, Nahum Montt, Cristian Valencia, Carolina Sanín, Santiago Gamboa, Andrés García Londoño, Mauricio Becerra, Luis Noriega, Mauricio Bernal, John Jairo Junieles (insípido pese a su inclusión dentro de los “ 39” ), Fernando Toledo, Ricardo Silva, Ángela Becerra, Juan Esteban Mejía, Pablo Montoya, José Luis Garcés, Pedro Badrán y otros más. Eso sí, le insistí, sería bueno indagar un poco más allá, pues parece inverosímil creer en la no existencia de narradores periféricos, ocultos, acaso más vigorosos que los que siempre figuran por su obediencia a los gustos de las editoriales.
— ¿Y los de América están incluidos en los del Mundo? —preguntó mi amigo.
Yo le respondí que no, que tenían un lugar aparte pero que también esa era una tarea ambiciosa, de largo aliento. Mientras tanto podría ir leyendo a los peruanos Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón y Alonso Cueto; al dominicano Junot Díaz (así escriba originariamente en inglés y parezca un norteamericano chambón en cada acto); a los argentinos Luisa Valenzuela, Marcelo Birmájer, Mempo Giardinelli, Ricardo Piglia, Inés Fernández Moreno, Laura Massolo, Gonzalo Garcés, Juan José Saer, Pablo de Santis, y en especial a Ariel Magnus ( Un chino en bicicleta ), ése que ganó por partida doble el premio “La otra orilla”, de Norma, y pocos días después el premio de novela breve “Juan de Castellanos”, ambos en Colombia; a los chilenos Jorge Edwars, Roberto Ampuero, Marcela Serrano, Álvaro Bisama, Alberto Fuguet y el ya desaparecido pero cada vez más vigente Roberto Bolaño ( Los detectives salvajes ); al ecuatoriano Raúl Pérez Torres; a los mexicanos Guillermo Arriaga, Guadalupe Nettel, Álvaro Enrigue ( La muerte de un instalador ), Ángeles Mastretta, Sergio Pitol, Juan Villoro y Jorge Volpi; a los brasileros Gabriela Alemán, Paulo Cuenca y Adriana Lisboa; a los uruguayos Claudia Amengual —quizás la más exquisita de todos—, y Pablo Casacuberta; a los cubanos Senel Paz, Amir Valle ( Las puertas de la noche ), Pedro Juan Gutiérrez, Wendy Guerra y Ronaldo Menéndez; al venezolano Alfredo Barrera Tyszka, premio Herralde de novela con La enfermedad ; al puertorriqueño Luis López Nieves ( El corazón de Voltaire ).
Hay muchos más, pero por ahora con esos bastaba. Alguno de ellos, con seguridad, daría a Harold Bloom de qué hablar.
— ¿Pasamos al mundo? —sugirió mi amigo.
—Sea, vamos al mundo —respondí.
Estaba dispuesto a hablarle a mi amigo de ese nuevo canon del ancho y dispar mundo. Pero la tarea era demasiado extensa, demasiado denodada, casi para un libro con el carácter de ensayo, para muchos años de estudio y franca dedicación; pero además estaban las limitantes de muchas literaturas que no nos llegan, bien por las traducciones o bien por la distancia. Sumado a esto aparece la permanente renovación, pues en el mismo momento en que leemos un libro, muchos, cientos, quizás miles de otros libros de otros autores, irrumpen en el mercado, y es nuestra obligación, como profesores honradamente intelectuales, conocer el mayor número posible de ellos, no desconocerlos por sospecha, sin haberlos leído, pues más adelante el mundo nos castigará nuestra pereza mental y nuestra particular insensatez.
Pero se podrían aventurar algunos nombres, algunos ya consagrados. Varios de ellos ya están muertos y no se les ha hecho la justicia literaria que merecen De todas maneras esta sería una buena provocación para la ingenuidad de nuestro simpático y desinformado estudiante.
Pienso en Julian Barnes, Hanif Kureichi, Ian McEwan o Martin Amis, para Inglaterra; en Lian Banks ( La fábrica de avispas ) y Alan Spence ( La tierra pura ), para Escocia; en J.D. Salinger ( El guardián entre el centeno ), Raymond Carver, John Cheever, Tom Reiss ( El orientalista ), Sam Savage, Jeffrey Eugenides ( Middlesex ), Philip Roth, John Kennedy Toole ( La conjura de los necios ), Cormac McCarthy, Paul Auster, Brady Udall 6 , John Fante (fundador del llamado “realismo sucio”) o Thomas Pynchon ( La subasta del lote 49 ), para los Estados Unidos; en la norteamericana de origen chino Lisa See ( El abanico de seda ); en Frank McCourt, para Irlanda; en la ucraniana ya desaparecida Iréne Némirovsky ( Suite francesa ); en Eduardo Lago ( Llámame Brooklyn ), Bernardo Atxaga, Juan José Millás, Vicente Molina Foix ( El abrecartas ), Ignacio Ferrando Pérez, Manuel Rivas ( Los libros arden mal ), Arturo Pérez Reverte, Clara Sánchez, Juan Manuel de Prada, Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas, Manuel Vásquez Montalbán, Javier Marías, Jaime Manrique, Belén Gopegui, Francisco Ayala o Juan Marsé, para España; en Alexandro Baricco ( Seda ), Claudio Magris ( A ciegas ), Pablo Simonetti, Antonio Tabucchi ( Sostiene Pereira ) y Primo Levi ( La trilogía de Auschwitz ), para Italia; en Amos Oz, para Israel; en Patrick Chamoiseau ( Texaco ) y Michel Houllebecq ( Las partículas elementales ), para Francia; en el caso extraño del húngaro Sándor Márai ( El último encuentro ), o en el del checo Bohumil Hrabal ( Trenes rigurosamente vigilados ); en Cees Noteeboom ( Hotel nómada ) y Harry Mulisch ( Sigfrido ), para Holanda; en las hindúes Arundhati Roy ( El dios de las pequeñas cosas ) y Anita Fair ( El vagón de las mujeres ); en el árabe recientemente fallecido Abderrahmán Munif ( Ciudades de sal ); en el japonés occidentalizado que es Haruki Murakami ( Tokio blues y Kafka en la otra orilla ). Por ahora ésos, como tarea. Ya vendrán muchos más, y la deuda intelectual seguirá creciendo. Entonces volveremos a hablar, mi amigo.
1. Para el concepto de canon recomiendo en especial tres libros: El canon occidental , de Harold Bloom. Traducción de Damián Alou. Editorial Anagrama. Cuarta edición. Barcelona. 2005. 587 Págs.; el segundo es Cómo leer y por qué. De Harold Bloom. Traducción de Marcelo Cohen. Editorial Anagrama. Segunda edición. Barcelona. 2003. 316 Págs.; y el tercero es Teoría literaria y literatura comparada, de Jordi Llovet y otros autores. Editorial Ariel. Barcelona. 2005. 463 Págs. En este ultimo libro leemos: “ Canon es el archivo de documentos literarios —la mayoría de tradición escrita, claro está—, que suponemos solventes, ejemplares, modélicos y con un mínimo grado de valor estético (…) Es la suma de todas las producciones literarias que la tradición, o simplemente el tiempo, ha subrayado a lo largo de los siglos, ha seleccionado o ha preferido por encima de otras producciones ” (Pág. 88). A partir de este concepto, como realidad, como pregunta y como necesidad, surge este ensayo.
2. Para el caso de la última autora consagrada con el Nobel, Doris Lessing, baste citar una anécdota sucedida en la librería Panamericana de Neiva. En los días anteriores a la adjudicación del premio, el libro La buena terrorista , de dicha autora, estaba en venta en ese almacén, a un precio cómodo de cuatro mil pesos. Había doce ejemplares y mes a mes ese mismo número seguía en vitrina sin registrar venta alguna. El día en que el premio fue otorgado, el libro pasó misteriosamente —la misma edición— a tener un precio de treinta mil pesos. Otro misterio, aún mayor, fue que en ese día se vendieron —más costosos—, los libros que reposaban sin recibir antes siquiera una hojeada.
3. Recomiendo al respecto la intervención de Fernando del Paso en la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara, o, días después, una entrevista hecha a la escritora Pilar Reyes sobre el mismo tópico, ambas, reproducidas en la página Web www.escribirte.com.ar.
4. Compilación y notas de Roberto Rubiano Vargas. Editorial Villegas. Bogotá. 2007. 250 Págs.
5. Compilación y notas de Guido Tamayo. Ediciones B. Bogotá. 2007. 413 Págs. (Estos dos libros constituyen el intento más reciente de consolidar un canon, hecho a partir de ciertas definiciones puramente temporales. En realidad el segundo es mucho más riguroso y la solidez de los textos allí incluidos así lo indica).
6. Brady Udall aparece, junto a otros veinticuatro escritores, en una excelente antología del cuento joven norteamericano, llamada Habrá una vez, hecha y traducida por Juan Fernando Merino y publicada en Alfaguara en el 2001. Esta antología recoge voces, en su mayoría jóvenes, formados en la modalidad de talleres de creación, tan populares en los Estados Unidos.
BETUEL BONILLA ROJAS. Nació en Neiva-Huila en 1969. Escritor y profesor universitario. Licenciado en Lingüística y Literatura y Especialista en Docencia Universitaria. Tercer puesto en el Concurso Departamental de Cuento “Humberto Tafur Charry”, versión 1999, y Primer Puesto en el mismo concurso versiones 2000 y 2004. Tercer finalista del Concurso Para los Trabajadores de Medellín versión 2000. Finalista del XXX Concurso de Cuentos “Hucha de Oro”, Madrid-España, versión 2001, y de la XXXIII versión del mismo concurso, 2005. Finalista del Primer Concurso Internacional de Minicuentos “El Dinosaurio”, La Habana , Cuba, 2006. Autor de los libros de cuentos Pasajeros de la memoria , 2001 y La ciudad en runas (2006). Incluido en las antologías El traje y otros cuentos - XXX Concurso de cuentos “Hucha de oro”, Ediciones Nostrum, Madrid-España, 2002; en Yardbird y otros cuentos - XXXIII Concurso de Cuentos “Hucha de oro”, Ediciones Nostrum, Madrid-España, 2006; en la Antología de Ganadores de los Concursos Departamentales de Cuento y Poesía, 2001; en Memoria Secreta de la Infancia , 2004 . Compilador de los libros: Matamundo, una muestra de literatura huilense contemporánea (Ediciones del Centenario, 2005); Parvulario: Textos de dieciocho maestros sobre la infancia (Trilce-Altazor, 2005), Memorias del Primer Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” (Altazor, 2006) y La tarde está como para contar cuentos: Antología de minicuento huilense (Fondo de Autores Huilenses, 2007). Incluido además en los números 7, 9, 10 y 16 de la revista de literatura Alhucema (Granada-España). Director del Taller Literario RENATA para el Huila. En la actualidad es columnista de la edición dominical del diario La Nación , de Neiva.
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3.- DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA
Eduardo Garcia Aguilar
Eduardo Garcia Aguilar: DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA ...
http://egarciaguilar.blogspot.com/2007/10/diatriba-contra-la-poesia-colombiana.html
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http://www.alforjapoesia.com/virtual/gaceta_more.php?id=A508_0_7_0_M
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4.- Bogota, ¿capital mundial del libro?
CONTRA LOS GERENTES DE LA LITERATURA EN COLOMBIA
http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/09/contra-los-gerentes-de-la-literatura-en.html Por Eduardo García Aguilar
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5.- Conversatorio sobre Poesía Colombiana. Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett y Darío Jaramillo Agudelo. En el II festival de poesía “Luna de locos”. Pereira, Agosto 27-30, 2008
Ver enlace (link) en: II FESTIVAL DE POESÍA de PEREIRA. Memorias NTC ... (Click)http://ntc-eventos.blogspot.com/2008/08/ii-festival-de-poesa-de-pereira.html Click o copiar)